Eivør hechiza Madrid: una noche de misticismo nórdico y emociones a flor de piel en la sala Mon Live

por | Oct 8, 2025

Hay conciertos que no se viven, se atraviesan. Que no se escuchan, se sienten como una corriente invisible que recorre el cuerpo desde el primer acorde hasta el último silencio. Lo que ocurrió en la sala Mon Live de Madrid con el cartel formado por Eivør, Ásgeir y Elinborg fue, precisamente, uno de esos momentos irrepetibles en los que el público no solo asiste a un espectáculo, sino que forma parte de una experiencia emocional compartida. Bajo la organización de Route Resurrection, el público madrileño pudo disfrutar de una noche en la que el frío paisaje sonoro de Islandia y las Islas Feroe se fundió con la calidez de una audiencia entregada, fascinada por el magnetismo de tres artistas que, desde distintos enfoques, comparten una sensibilidad nórdica profunda, mística y sincera.

El evento llegaba precedido por un contexto especial: tras su paso triunfal por el Resurrection Fest 2024, Eivør regresaba a España para ofrecer una gira más íntima en 2025, con paradas en Madrid y Barcelona, organizada por la misma promotora. Aquel paso por Viveiro había dejado una huella intensa; su actuación allí fue comentada como una de las más emotivas del festival, una suerte de hechizo sonoro que ahora tenía la oportunidad de reproducirse en un entorno mucho más recogido, donde cada respiración y cada silencio podían sentirse con más intensidad.

La noche comenzó con la actuación de Elinborg, la hermana de Eivør, que abrió la velada con un set de unos treinta minutos. A pesar de su juventud, mostró una madurez artística que sorprendió a muchos de los presentes, especialmente a quienes no conocían su música. Su propuesta se mueve entre el folk etéreo y la electrónica minimalista, con una voz cristalina que se desliza sobre melodías delicadas y paisajes sonoros que evocan la vastedad de su tierra natal. Desde el primer tema, Elinborg consiguió que la sala, aún llenándose, bajara el volumen de las conversaciones y prestara atención. Su presencia en el escenario es discreta, casi tímida, pero transmite una serenidad magnética. No necesita grandes gestos: basta con cerrar los ojos y dejarse arrastrar por ese universo sonoro donde cada nota parece una exhalación en mitad de la tundra.

Elinborg no se limita a acompañar el legado familiar; lo transforma a su manera. Su música, más electrónica y ambiental que la de su hermana, revela una sensibilidad moderna que combina tradición y tecnología con naturalidad. Hubo momentos en los que su voz parecía perderse entre las capas de sintetizadores y percusiones sutiles, creando una atmósfera envolvente, hipnótica. Algunos asistentes comentaban en voz baja la similitud en el timbre con Eivør, aunque la diferencia radica en la intención: mientras la mayor tiende a la fuerza ancestral y chamánica, Elinborg apuesta por la introspección, por un paisaje más íntimo y melancólico. Cuando terminó su actuación, la sala la despidió con un aplauso largo, cálido, consciente de que acababan de descubrir una joya escondida.

Elinborg, Alvaro Carlier
Fotografía: Álvaro Carlier

Tras una breve pausa para el cambio de escenario, llegó el turno de Ásgeir, quien tomó el relevo con un concierto de unos cuarenta y cinco minutos. El artista islandés, ya consolidado internacionalmente, es conocido por su capacidad para convertir la sencillez en algo profundamente conmovedor. Su música combina el folk más delicado con pinceladas de pop alternativo y una sensibilidad que parece flotar entre la melancolía y la esperanza. Desde su entrada, con una banda precisa y elegante, el tono del concierto se volvió más luminoso sin perder la calma.

Ásgeir se dirigió al público en un tono pausado, agradeciendo la acogida y compartiendo algunas palabras en inglés que, pese a su simplicidad, transmitían una cercanía sincera. Su voz, suave y aterciopelada, llenó la sala sin necesidad de forzar nada. Los arreglos eran sobrios, centrados en la voz y la guitarra, pero con detalles electrónicos sutiles que aportaban textura. Hubo momentos de auténtica conexión cuando las luces bajaban y solo quedaba su figura recortada, cantando con los ojos cerrados, casi en trance. La atmósfera que creó fue la de un refugio emocional, un espacio donde el tiempo parecía detenerse.

El público madrileño respondió con respeto y atención, algo poco habitual en una sala de estas dimensiones. No había gritos ni conversaciones, solo un silencio reverente que demostraba la comunión que se estaba formando entre escenario y audiencia. Cada tema parecía un suspiro compartido, un puente entre el hielo y el corazón. Al finalizar su actuación, Ásgeir se despidió con una sonrisa humilde, sabiendo que había dejado su huella. Fue un concierto contenido pero profundo, de esos que calan sin necesidad de grandes gestos.

Ásgeir, Alvaro Carlier
Fotografía: Álvaro Carlier

Y entonces llegó el momento más esperado: Eivør. La artista feroesa subió al escenario entre aplausos atronadores y una expectación palpable. Lo que siguió fue una hora y media de pura intensidad emocional, un recorrido por los distintos paisajes que habitan su obra, desde lo más etéreo y espiritual hasta lo más visceral y poderoso. Si algo distingue a Eivør es su capacidad para alternar fragilidad y fuerza en cuestión de segundos, para pasar de un susurro casi inaudible a un rugido ancestral que parece venir de lo más profundo de la tierra.

Eivor, Alvaro Carlier
Fotografía: Álvaro Carlier

Su puesta en escena, como siempre, fue impecable. Acompañada por una banda sólida y una iluminación cuidadosamente diseñada, logró crear un ambiente casi ritual. Los haces de luz blanca y azul recordaban los reflejos del mar y el hielo, mientras el sonido, limpio y contundente, hacía vibrar el suelo de la sala. En directo, Eivør no solo canta: encarna su música. Cada gesto, cada respiración, cada mirada al público está cargada de intención. Hay algo en su voz que trasciende el idioma; aunque cante en feroés, la emoción atraviesa cualquier barrera.

Eivor, Alvaro Carlier
Fotografía: Álvaro Carlier

Uno de los momentos más sobrecogedores llegó cuando la artista, sola en el escenario, interpretó una pieza acompañándose únicamente con un tambor, marcando un ritmo hipnótico que convirtió la Mon Live en un templo. Fue un instante de comunión total, en el que el público contuvo la respiración. Nadie hablaba, nadie se movía. Solo la voz de Eivør, suspendida en el aire, parecía tener existencia.

A lo largo del concierto, la artista alternó momentos íntimos con otros de explosión eléctrica, mostrando una versatilidad impresionante. La conexión con su hermana, presente al inicio de la noche, se notaba en el ambiente: había algo familiar, emocionalmente compartido, en la forma en que ambas transmiten esa mezcla de melancolía y belleza cruda. La sala, llena hasta el último rincón, se dejó llevar por esa corriente que oscilaba entre el recogimiento y la catarsis.

La gira de Eivør por España, fruto de su éxito en el Resurrection Fest del año anterior, no solo consolida su estatus como una de las voces más poderosas del norte, sino que también confirma que hay un público aquí, en el sur, dispuesto a dejarse seducir por esas atmósferas heladas y ese fuego interior que habita en su música. La noche en Mon Live fue mucho más que un concierto: fue un viaje emocional, una invocación de los elementos, una celebración de la vulnerabilidad y la fuerza. Cuando las luces se encendieron y la gente comenzó a salir lentamente, muchos lo hicieron en silencio, como quien despierta de un sueño. Porque, en el fondo, lo que Eivør, Ásgeir y Elinborg habían logrado era precisamente eso: hacer soñar a Madrid con la belleza fría y luminosa del norte.

Eivor, Alvaro Carlier
Fotografía: Álvaro Carlier

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