Los Zigarros pusieron el broche de oro a su gira Acantilados con un concierto en el Movistar Arena de Madrid que fue como son ellos: dinamita. Año y medio después de arrancar esta aventura, la banda valenciana cerró el círculo con una noche que reunió a su legión de seguidores en un recinto a reventar. Versión media del Movistar Arena, pista y grada frontal ocupadas hasta el último hueco, y dos horas de puro rock sin adornos ni pausas innecesarias. Un golpe certero, directo y sin rodeos.
Para una noche así, contaron con invitados de lujo. Leiva sorprendió tras la batería, Juancho de Sidecars se sumó a la fiesta, Maika Makovski aportó su intensidad única y el maestro Sho-Hai llevó su presencia imponente al escenario. Momentos especiales dentro de un repertorio que no hizo concesiones. Si algo han demostrado Los Zigarros en los últimos diez años es que su rock no necesita florituras ni fuegos artificiales para brillar. Su esencia es la energía cruda, la actitud, y la certeza de que, en directo, su propuesta alcanza otro nivel.

Después de haberles visto en vivo unas diez veces, puedo decir sin dudar que tienen uno de los directos más arrolladores del panorama nacional. Son una de esas bandas que nunca fallan, que en cada show entregan lo mejor de sí mismos y que mantienen el espíritu más puro del rock and roll. Álvaro Tormo es una fuerza de la naturaleza con la guitarra, con riffs afilados, solos incendiarios y una presencia en escena que atrapa desde el primer acorde. Su carisma y su sonido han sido una obsesión para muchos de nosotros desde hace más de una década.
«Cuando has visto arder un incendio tantas veces, reconoces cuando las llamas no alcanzan su máximo esplendor. Aun así, Los Zigarros siguen siendo puro fuego.»
Sin embargo, y con todo lo que supuso esta noche, no puedo negar que me faltó algo. Quizás es la maldición de haberlos visto tantas veces, en tantas salas, en contextos más íntimos donde la conexión con el público es más visceral. Quizás simplemente se notó el desgaste de una gira larga. Hubo momentos en los que la banda pareció moverse en piloto automático, sin ese extra de fiereza que en otras ocasiones te agarra del cuello y no te suelta. Pero ojo, que nadie se confunda: incluso con esa sensación, lo que vivimos fue un conciertazo, de esos que reafirman por qué el rock español sigue tan vivo como siempre.

Lo que Los Zigarros han conseguido en esta década no es casualidad. Su música, su entrega y su autenticidad han creado una base de seguidores fieles que los acompañarán en cada paso. Y este cierre de gira no fue más que otra prueba de ello. Porque en tiempos donde el rock puro parece condenado a la nostalgia, ellos siguen demostrando que aún hay futuro, que aún hay sangre caliente recorriendo sus venas, y que mientras sigan sobre un escenario, la llama seguirá ardiendo.



