En el mundo de la música actual, donde la velocidad de consumo a veces arrasa con la esencia, hay artistas que logran detener el tiempo. Tash Sultana es uno de esos nombres. Su historia no empezó en grandes escenarios ni con campañas de marketing millonarias, sino en la intimidad de su habitación. Hace ya una década, subía a YouTube vídeos caseros en los que aparecía rodeada de instrumentos, tocando la guitarra, el teclado, la trompeta o un simple pad de percusión. Eran grabaciones caseras, imperfectas y auténticas, que destilaban algo que pocos artistas logran: conexión real.
Diez años después, mucho ha cambiado en la superficie: hoy Tash Sultana llena estadios, se sube a escenarios de los principales festivales del planeta y tiene una comunidad de seguidores repartida por todo el mundo. Pero en el fondo, lo esencial sigue siendo lo mismo. Su forma de hacer música continúa respirando esa magia cercana, como si cada concierto fuese una “bedroom recording” a escala masiva. Una habilidad que la convierte en una estrella atípica, diferente, imposible de encasillar.

Nacida en Melbourne, su propuesta musical es un viaje en sí misma: un pop teñido de colores tropicales, grooves caribeños y una espiritualidad que conecta tanto con la improvisación del jazz como con la psicodelia más expansiva. Todo ello sostenido por un talento instrumental desbordante, capaz de alternar entre guitarra, vientos, teclados y percusión en cuestión de segundos, construyendo capas sonoras que terminan por envolver al público en una atmósfera única.
El 11 de marzo de 2026, Madrid tendrá la oportunidad de sumergirse en ese universo. El Movistar Arena acogerá una de las citas más esperadas de la temporada: el regreso de Tash Sultana, una artista que trasciende modas y géneros para ofrecer experiencias. No es un concierto al uso: es un viaje colectivo, un ritual donde miles de personas acaban sintiéndose parte de esa misma intimidad con la que todo comenzó hace ya diez años.