El hechizo de Ana Carla Maza en Villanos y cómo una sola artista basta para llenar el mundo

por | Nov 14, 2025

Texto y fotos: Kenyi Yoshino

Anoche volvimos a una de esas salas que ya forman parte del mapa emocional de la música en Madrid y sin duda de nuestr corazón como es la Sala Villanos, que estas semanas acoge una de las ediciones más interesantes de Villanos del Jazz. Y allí estaba ella: Ana Carla Maza, violonchelista, compositora, navegante entre géneros y continente de mil músicas.

Era nuestra segunda vez viéndola en menos de un año, pero parecía otra artista. La primera, el año pasado, fue un espectáculo expansivo: banda completa, bailarines, movimiento, dramatismo, un viaje donde su violonchelo era protagonista pero compartía espacio con un universo en ebullición. Sin embargo, anoche ocurrió lo contrario. No había banda ni luces coreografiadas ni escenografías. Solo Ana Carla Maza, su violonchelo y ese carisma que no se compra ni se aprende: se tiene o no se tiene, y ella lo tiene en cantidades industriales.

Hay algo especialmente complejo —y muy poco reconocido— en salir a un escenario completamente sola, con un instrumento de cuerda y una sala llena esperando que ocurra algo. Llenar ese espacio físico y emocional no es para cualquiera, y menos en Villanos, que tiene esa cualidad tan madrileña de ser íntima y enorme a la vez. Pero Ana Carla hace algo mágico: no llena el escenario, lo hace suyo, lo habita, lo perfuma con energía cubana, con esa mezcla de dulzura y picardía que tanto define a los grandes músicos de la isla.

Y el público lo sintió. Tanto que, cuando terminó el bolo, la sala entera se puso en pie. Aplausos que no paraban. Casi cinco minutos seguidos de ovación sincera. Ni uno exagerado: cada segundo era merecido.

Porque si algo tiene Cuba —y anoche estaba todo ahí— es esa pasión desbordada por el arte, ese desparpajo natural, esa alegría que no pide permiso, esa sensibilidad que te atraviesa, esa belleza que no es solo estética: es actitud, es alma. En Ana Carla Maza conviven todos esos elementos, y los ejecuta con una seguridad y una verdad que muy pocos artistas poseen. Es una criatura escénica, una que no necesita nada más que su instrumento y su cuerpo para contar historias, para transportarte a La Habana o a París, para hacerte sentir que estás viviendo algo único.

Hay artistas que vemos una vez, marcamos, y seguimos adelante. Y luego están los que consideramos imprescindibles en nuestra agenda cada vez que pasan por Madrid. Ana Carla es de esas. De las que no fallan. De las que sabes que siempre te van a regalar un pedazo de verdad. Cerramos la noche con una sonrisa, con los oídos llenos de melodías cargadas de mundo y con esa sensación de haber visto a alguien que está haciendo su propio camino sin copiar a nadie.

Solo nos queda decirlo como corresponde: ¡Viva Cuba, caballero!

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