RockLand ha sido el segundo festival nuevo que hemos explorado este verano… ¡y qué gran acierto! Tras años oyendo hablar de esta cita riojana que presume de buen gusto, decidimos por fin subir al norte para comprobar si era cierto eso de que aquí se vive el rock de otra manera. ¿Conclusión? No solo era cierto: es incluso mejor de lo que imaginábamos.
Este ha sido nuestro primer año en RockLand y, desde ya, podemos decir que se ha ganado un sitio fijo en nuestro calendario. Para nosotros, el mejor cartel del verano sin discusión, y no solo por los nombres: dos escenarios, cero solapes, y una selección de artistas tan bien elegida que parecía diseñada por fans del rock para fans del rock. Pero lo que de verdad convierte a este festival en algo único es su experiencia global.
0 aglomeraciones. Cero. Se agradece infinitamente caminar sin agobios, ver conciertos sin empujones y disfrutar de los artistas sin tener que pelear por un hueco. A eso se suma una organización ejemplar, que permite entrar comida sin restricciones, algo casi utópico hoy en día. El recinto entero está cubierto de césped artificial, lo que convierte cada concierto en una experiencia cómoda y agradable, y por las noches incluso se agradecía llevar sudadera. Ni calor asfixiante, ni barro, ni polvo: RockLand ha conseguido lo que pocos festivales logran, ser un lugar realmente disfrutable para ver música.
Día 1: El rock no muere. Como mucho, pierde pelo. 🧑🦲
El primer día fue lo que en cualquier festival se podría considerar “jornada de toma de contacto”. Pero aquí no: fue un pleno de buenos conciertos.
Abrimos boca con Battlesnake, una banda australiana que no conocíamos de nada y que terminó siendo nuestra favorita del día. Su mezcla de teatralidad épica, riffs de espada láser y actitud desvergonzada nos dejó con la boca abierta. Un combo entre Ghost y Spinal Tap que funciona a la perfección en directo, con músicos que no solo tocan de escándalo, sino que saben cómo montar un show de verdad. Sin duda, uno de los grandes descubrimientos del festival.

The War and Treaty, otro nombre que nos era ajeno, nos sorprendió con una propuesta de soul-rock cargada de sentimiento, poderosa vocalmente y con ese toque de banda que lleva el groove en la sangre. Una joya inesperada que se coló en nuestra memoria festivalera.

Después vinieron los “ya conocidos”, y ahí el nivel siguió altísimo. Empezando por Jet, a los que habíamos visto tan solo una semana antes en Mad Cool. Pues bien, aquí sonaron aún mejor. Más precisos, más intensos, más comunicativos. Y es que hay algo especial en ver a una banda en un entorno donde todo está cuidado al milímetro.

Frank Carter y los Sex Pistols fue otra de esas ideas que sobre el papel suenan locas… hasta que las ves funcionar. Frank Carter tiene la energía, la actitud y el descaro necesarios para ponerse al frente de una banda legendaria como los Pistols y salir más que bien parado. Una reinterpretación con nervio, sin nostalgias vacías, que supo mantener el espíritu punk sin parecer una caricatura.

Día 2: Iggy, Morgan y un tropiezo inesperado
Aguantamos las ganas de ver a Iggy Pop en otros festivales solo para disfrutarle aquí. Y fue la mejor decisión posible. Porque lo que hizo anoche el dios reptil del rock fue simplemente de otro planeta. 78 años, y la misma rabia, entrega y voz de hace décadas. Iggy no canta canciones, lanza bombas emocionales, y el público respondió con una devoción a la altura de su leyenda.

Morgan fueron, para muchos, la gran joya nacional del festival. En medio de tanta distorsión y adrenalina, su propuesta suave, elegante y técnicamente impecable brilló con luz propia. Carolina y los suyos nos regalaron uno de esos conciertos en los que parece que el tiempo se detiene. Delicadeza, clase y emoción: lo tienen todo.

Kira Mac, por su parte, trajo el toque más metalero del día. Guitarras pesadas, actitud y energía, con un sonido potente y una presencia escénica que se agradece. Una banda que convence sin necesidad de artificios.
Y entonces llegó Wolfmother, y nos dio la gran decepción del festival. Lo que debería haber sido uno de los platos fuertes del día se convirtió en un bolo bastante plano, sin dirección, con un frontman que parecía más centrado en su borrachera que en el público y unos falsetes que poco tienen que ver con los de estudio. Una pena, porque sobre el papel eran una de las bandas más prometedoras del cartel. Pero así son los festivales: no todos los tiros aciertan.

Día 3: Fantastic Negrito y el cierre con The Black Keys
El domingo fue el broche perfecto. Empezando por Fantastic Negrito, que se marcó uno de los mejores conciertos que hemos visto este año. Carisma, talento, sensibilidad, energía, mensaje… Lo tiene todo. Cada canción suya es una celebración de la vida, del dolor y de la música como redención. Si alguien vino sin conocerle, seguro que se fue fan. Nosotros ya lo éramos, y salimos aún más convencidos de que este tipo es de lo mejor que ha dado el soul-blues del siglo XXI.

Luego vino el “momento Marcus King”. No nos dejó hacerle fotos. Bastante rancio. Pero dejando eso de lado, es un guitarrista y cantante absolutamente descomunal. Tiene el blues metido en las venas y un dominio técnico que roza lo sobrenatural. Quizá no conectó tanto con el público como otros artistas del cartel, pero su nivel musical está a otro nivel.
Y para cerrar, The Black Keys, que ofrecieron un show muy centrado en su faceta más bluesera, sin renunciar a los hits de garage-rock que les convirtieron en gigantes. Sonaron intensos, elegantes, y con una producción sencilla pero eficaz. Una forma más que digna de despedir un festival que ha sido todo lo que un amante del rock puede soñar.

Conclusión: un festival que respira rock… y futuro
RockLand Fest ha sido un PEDAZO de descubrimiento. Un festival que se nota hecho con mimo, buen gusto y una idea muy clara de lo que quiere ofrecer. Aquí no hay postureo ni influencers por todos lados. Hay rock, hay bandas con alma, hay buena gente y hay una atmósfera mágica que hace que te sientas parte de algo real.
Solo pedimos una cosa: que RockLand nunca cambie. Que no crezca a lo loco, que no pierda esa esencia tan especial. Porque en tiempos de festivales clónicos, esto ha sido como encontrar un oasis.
¡Nos vemos en 2026, RockLand!











