Rototom Sunsplash 2025: 30 años de reggae, diversidad y magia en Benicàssim (parte 1 de 2)

por | Ago 31, 2025

Que en el país con más festivales del planeta haya uno que pueda celebrar en 2025 su 30 aniversario ya dice mucho, aunque la mitad hayan sido en Italia. Y si precisamente somos el país con más festivales del mundo es porque aquí se hace de todo… pero también hay muchos festivales que son casi clones: mismo cartel con distinto nombre y ciudad, misma filosofía, mismos precios, mismo público que va en masa como si fueran packs de festivales de supermercado.

El Rototom no es así. Es un bicho distinto. Y por eso cumple 30 años y sigue llenando, sigue sorprendiendo y sigue enganchando a quien pasa por allí por primera vez. Mentiría si dijera que el 100% de la gente que he conocido en su primera edición ha vuelto. Pero sí la grandísima mayoría. Y no por los nombres del cartel (que también), sino por lo que se vive dentro. Por esa autenticidad y diferenciación, además de por ser el festival más grande y largo del mundo de reggae, pasamos por allí cada año personas de centenares de nacionalidades diferentes.

Yo soy de esos. De los que, incluso antes de ver el cartel, ya tienen la fecha bloqueada en el calendario. De los que saben que, pase lo que pase, van a volver. Vamos, de esos que yo mismo critico cuando lo hacen con otros festivales durante el resto del año. Pero con el Rototom me sale natural: no necesito que me convenzan, porque sé que allí voy a encontrar algo que no me ofrece ningún otro festival.

Evidentemente, la música está en el centro. Para nosotros más que para nadie: es nuestra razón de ser. Pero en el Rototom, incluso si un año no conoces ni a la mitad del cartel, eso se convierte en algo positivo. ¿Por qué? Porque vuelves a casa con nuevos artistas que te han reventado la cabeza. Y eso no tiene precio.

Es como un regalo inesperado: llegas por ver a un par de cabezas de cartel y te llevas diez descubrimientos. A veces artistas pequeños, a veces leyendas que no habías visto nunca. Y ese es uno de los grandes valores del Rototom: no es un festival de checklist, es un festival de viaje musical.

El Rototom lleva celebrándose desde que llegó a España en el mismo recinto donde se hace el FIB. Y es brutal el contraste. Entras al FIB y ves un festival más, con su música, su público, sus barras. Entras al Rototom y parece otro planeta: banderas de colores, puestos de comida internacional, charlas sobre medioambiente, talleres de pintura, zonas de meditación… Es como pasar de una macrofiesta a una ciudad del amor y del reggae.

Y no es una forma de hablar. Porque la diferencia está en cómo usas el espacio. El FIB monta un festival en ese recinto. El Rototom transforma ese recinto en un mundo paralelo.


Resumir todas las actividades del Rototom cada año es imposible. Literalmente. El cartel musical ya es enorme, pero a eso le tienes que sumar todo lo demás:

  • Cientos de actividades para niños: talleres, juegos, clases musicales…
  • Este año, por ejemplo, un taller para aprender a tocar el theremin (sí, ese instrumento de ciencia ficción que no se toca pero suena igual).
  • Zona deportiva, con campeonatos improvisados y exhibiciones.
  • Batallas de gallos que reúnen a decenas de chavales y chavalas.
  • Sesiones de yoga y meditación al caer la tarde.
  • Exposiciones de pintura y murales que se van creando en directo.
  • Clases de baile de tooodo tipo por la tarde, por la noche y de madrugada.
  • Charlas de ciencia, actualidad y sociedad, con invitados que no esperas ver en un festival de música. Lo de la reggae university es de las mejores iniciativas que he visto en mi vida, con todos los grandes cabezas de cartel del festival charlando sobre temas calientes en el mundo.

Y luego está la mítica Sole Beach, esa extensión del festival a la playa, que ya es casi tan importante como el recinto principal. Porque vivir el Rototom es levantarte, irte al mar, desayunar (o lo que toque después de dormir poco), bailar en la arena, irte a un taller, volver al recinto, ver conciertos desde las 20:30 hasta las 3 o 4 de la mañana, y aún así quedarte con la sensación de que no te ha dado tiempo a nada.

Sumemos a eso la Dub Academy, la zona Dancehall, y un sinfín de rincones que apenas pisamos en ocho días simplemente porque no hay horas suficientes. Y ese es otro encanto del Rototom: te vas siempre con la sensación de que te has perdido algo, pero sin frustración. Porque todo lo que has hecho, lo que has visto, lo que has bailado, ya ha merecido la pena.


Este 2025 fueron ocho días de intensidad. Hicimos fotos, vídeos, entrevistas. Bailamos, saltamos, lloramos, dormimos poquísimo y disfrutamos muchísimo. Y aún así, al terminar, la sensación era la misma de siempre: podríamos haber hecho más.

En lo técnico también hubo cosas a destacar. El Main Stage arrancó flojo en la primera jornada, pero fue mejorando hasta alcanzar un nivel altísimo. Y el Lion Stage, directamente, fue una locura de principio a fin: ocho días con un sonido impecable, potente y nítido. Siendo sinceros, pocos festivales en España pueden presumir de esa constancia durante tantos días seguidos.

No todo es perfecto, claro. Y precisamente porque queremos al Rototom como lo queremos, tenemos que decir lo que echamos de menos: más ska, más rocksteady y más música africana de raíz. Es parte del ADN del reggae, y cada vez aparecen menos propuestas en esa línea. Ojalá en próximas ediciones vuelvan a tener más peso.

En cuanto a los precios, sí: han subido. Pero siguen siendo bastante más baratos que los de otros festivales del mismo tamaño. Y esa accesibilidad (contando con que hoy en día casi nada es accesible aquí) es clave para mantener la mezcla de público que hace grande al Rototom. Sería un error perderlo.

No podemos cerrar sin mirar atrás. El Rototom nació en Italia en los 90, cuando un pequeño grupo de amantes del reggae quiso crear un espacio que fuera mucho más que conciertos. Querían un lugar de encuentro, de reflexión, de convivencia. Y vaya si lo lograron.

Durante más de una década, el festival creció hasta que en 2010 se trasladó a Benicàssim. Desde entonces, la ciudad castellonense se ha convertido en su hogar y en el núcleo mundial del reggae cada verano. Porque, además, los que no pueden venir, lo viven a través del streaming en vivo. Lo que empezó como un sueño de unos cuantos locos es hoy una cita ineludible para miles de personas de todo el mundo.

Y lo más increíble es que, 30 años después, el espíritu sigue intacto. Porque el Rototom no se ha vendido al mainstream ni ha perdido su esencia. Ha crecido, sí. Se ha profesionalizado, también. Pero sigue siendo esa ciudad efímera de reggae, diversidad y convivencia que tanto nos enamora.

Y los conciertos…

Sí, lo sabemos: os estáis preguntando por los conciertos. Como siempre, eso merece un artículo aparte. Así que lo tendréis mañana en otra pieza con lo que nos dio la vida ver este año. Porque el Rototom se vive como un todo, pero la música, al final, merece su propio espacio.

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