Texto: Yagros Stilav. Fotos: Álvaro Carlier
Ésta crónica me resulta muy compleja de escribir. Nunca escribo en primera persona, siempre intento hacerlo desde un punto de vista casi neutral, intento dar una visión global de lo ocurrido. Pero con el concierto de Parkway Drive de Madrid del sábado 1 de Noviembre, no puedo. Es imposible. Porqué hay una frase que los metaleros y metaleras siempre decimos: el Metal nunca muere.
Podría seguir el esquema al que las crónicas de Metal están acostumbradas, hablar de los teloneros, de las canciones que tocaron, de cómo el sonido no estaba ajustado al nivel del cabeza de cartel, de que la gente seguía entrando mientras calentaban el ambiente, y seguir por esos derroteros. Pero con esta crónica no puedo.
No puedo obviar el porqué somos metaleros y metaleras. Así que lo mejor es hacerlo muy personal, intimar con lo que se vivió en el Palacio de Vistalegre de Madrid. Porqué no puedo hacerlo de otra manera.

Empecemos por donde suelen empezar los cuentos de hadas, por el principio. Con el recinto lleno, expectante, ansioso, los miembros de Parkway Drive entraron desde atrás del público, liderados por abanderados, literal. Una enorme bandera con el logo de la banda encabezaba una comitiva de músicos que cerraba otra bandera. Saludando, compartiendo aliento, piel y sudor con los y las asistentes. Así empezaron. Así arrancaron. Así dijeron «aquí estamos y os vamos a cuidar. «
La terapia de grupo empezó fuerte, con la banda subiendo al escenario sin desvelarlo, sin dejar caer el telón e interpretando «Carrion». El show sólo acababa de empezar, con el grupo tocando en comunión con los y las fans, en círculo cerrado, uniendo audiencia, banda y música. Era sólo la introducción a una noche mágica. La energía empezó a subir, a rebosar por los poros de un recinto que sintió como una bocanada de aire la fuerza de lo que iba a ocurrir.

Y ocurrió, cayó el telón de fondo, desvelando una producción de primer nivel que iba a dejar claro que el Metal no ha olvidado lo que es: revolución mental con espectáculo. «Prey» encendió a la audiencia al nivel que requería la noche y «Glitch» prendió la mecha. Y llegó el fuego. Mucho fuego. En muchas culturas el fuego siempre ha representado la purificación, y eso noche en Madrid tenía que ser el momento de quemar todo aquello que nos mantiene tristes, ansiosos o alienados en una realidad que la música se empeña en hacer que sea mucho más manejable.
Tres temas y ardió todo. Directo al mentón, la primera media hora del concierto creó la comunión perfecta entre audiencia y banda. Con un sonido espectacular y los pelos de punta, las explosiones se sucedieron para dar lugar a columnas de fuego que iluminaron los rostros de emoción, pasión y felicidad de una comunidad que demuestra día a día que es intergeneracional. Todas las edades, géneros, identidades o voces unidas en un sólo lugar. Pero como he dicho antes, no puedo escribir esta crónica de una manera genérica. Tiene que ser personal.

Cuando tuve mi primera relación con el Heavy Metal, vivíauna relación personal muy compleja y delicada. Mi mejor amigo estaba esperándome con su coche y dos de mis pilares en aquellos 17 años de mi pubertad. Carretera, manta y Iron Maiden en directo en uno de sus conciertos mas multitudinarios y que además marcaba el regreso de Bruce a la banda. El resumen fue que la música literalmente me salvó la mente. Durante años ha sido mi terapia, mi manera de regular mentalmente mis miedos, mis frustraciones y mis penas. Y el concierto de Parkway Drive trajo de vuelta ese sentimiento, que no dudo que tengamos muchos y muchas con la música, no sólo Metal, sino todo el espectro musical al que, por suerte, tenemos acceso .
Volviendo al concierto del qué hablamos. Es top 10 de los que he vivido. Desde que me dedico a contar lo vivido mediante fotos o escribiendo crónicas, he sentido que conciertos como éste son muy necesarios. Los conciertos que cumplen tres simples reglas: espectáculo, entrega y comunión con el público. Y Parkway Drive sabe como hacerlo, recordando a muchos grupos que marcaron el camino con producciones que han ido a más con el paso del tiempo. Además cuentan con temas qué en directo ganan enteros, como demostró «Vice Grip». Pero el espectáculo era el ingrediente extra.

Bailarines acróbatas iniciaron una coreografía hipnótica y con la introducción musical de «Cemetery Bloom», elevando el nivel de epicidad, por si no lo era suficiente hasta el momento. La entrega de músicos, bailarines y público dio lugar a la increíble «The Void». El espectáculo estaba servido y además venía cargado de sorpresas.
El fuego y el corazón ya estaban presentes, así que para hacernos sentir que la ceniza no es el final, llegó el agua.
Una columna de agua en forma de lluvia calló sobre el rostro, cuerpo y micrófono de astas afiladas en otro momento memorable, con una interpretación emocional que conectó con más de uno y una. El agua se lleva todas las preocupaciones para dar paso al último tercio del concierto. Todo era ya una sola voz, y la mejor manera de rematarlo era volver al corazón de toda la música, con el vocalista encaramado entre el público cantando a pleno pulmón y dándose un baño de multitudes. Haciendo sentir a la gente que formaba parte del show, que no sólo eran espectadores y espectadores de una noche memorable, sino que eran parte de todo lo se estaba viviendo y sintiendo. Muchos y muchas no olvidarán esta noche, y eso es entrega.
Por si el espectáculo se había quedado corto hasta el momento, un trío de cuerda salió a escena con «Chronos», Chelo y violines que no hicieron más que elevar la enorme calidad musical del concierto, con una interpretación que recuerda que la música es eso: global, humana, visceral y épica. Y eso una IA o una mesa de sonido no puede recrearlo. Igual que no pueden recrear la sensación del aire de ul silbido acariciando tu rostro. Silbidos de «Darker Still», una balada visceral, dolorosa y llena de sentimiento que volvía a poner los pelos de punta con el trío de cuerda interpretando lo que sólo la música clásica puede: las notas profundas de un violín o un chelo.

Pero llegaba el final. Agua, Aire, Fuego … otro espectáculo de fuego, con el cuarto elemento temblando: la Tierra de elevó para dejar al vocalista en alto mientras el fuego rodeaba al batería, que acababa de hacer un sólo de los que marcan cátedra. Con el escenario en llamas, una coreografía de llamaradas y columnas de fuego y el público completamente entregado, Parkway Drive empezaba a cerrar un noche memorable, un concierto como los que a gente como yo nos ha hecho amar esta música. Épico, visceral, emocionante, cercano.
Se dependían y dejaban una pincelada más para terminar la obra de arte que había sido su paso por Madrid. Los acordes de «Wild Eyes» sacaron de muchos cuerpos, el mío el primero, ese último aliento para dejar ir toda preocupación y sentir la música en cada célula. Y acabó. Y muchos rostros eran de satisfacción. Más noches así por favor.

Pero no olvidemos a los teloneros. Porqué la música es un todo, y sin las primeras bandas de la noche, la pintura no estaría completa. Thy Art is Murder y The Amity Affliction fueron ese aperivo sin el que un menú de tan alto nivel no lo es tal. The Amity Afliction estuvieron poco tiempo sobre el escenario, pero el suficiente para arrancar los primeros circles pits. Antes de correr hay que calentar, y esos primeros compases ponían los músculos en alerta. Thy Art Murder fueron de menos a más, ajustando un sonido que saturada la batería en los primeros compases.
En resumen, una noche épica, de las que marcan el camino para creer que el Heavy Metal tiene bandas que pueden ocupar el lugar de grandes bandas que están diciendo adiós en el mundo del Heavy Metal. Con conciertos como éste, donde todos los elementos estuvieron presentes. Agua, Aire, Fuego, Tierra y … corazón.




















