Dua Lipa y sus 2 noches en Madrid me siguen obligando a considerarla una de las grandes reinas del pop de este siglo (y, sin duda, mi favorita)

May 16, 2025

Yo no sé vosotros, pero yo sigo teniendo mi adolescente guardado… y lo saco a pasear cada vez que puedo. Sobre todo cuando hay música de fondo. Y si me lo permite el destino, lo seguiré haciendo hasta el fin de mis días. Porque si la vida no está para días como estos, ¿para qué está?

Lo que ha hecho Dua Lipa el domingo y el lunes en Madrid no han sido dos simples conciertos. Ha sido una reafirmación de lo que significa el pop en 2025: un lugar donde conviven el legado disco de los 70, la electrónica más elegante, la moda, el espectáculo y la emoción en estado puro.
Y no es postureo, es verdad. Es experiencia, energía, presencia escénica y mucha música bien hecha.

Desde que entrabas al Movistar Arena, se respiraba algo distinto a lo que muchos entienden como mainstream del siglo XXI. La playlist previa ya avisaba de por dónde iban los tiros: Earth, Wind & Fire, Kool & The Gang, Parliament… Funk del bueno, del de verdad, del que se toca con clase. Y entre el público, una escena que a mí me conmovió especialmente: padres con hijos, adolescentes con camisetas de “Future Nostalgia”, parejas en sus cuarentas o cincuentas bailando desde antes de que empezara… Me atrevo a decirlo sin miedo: Dua Lipa, con 29 años, podría llenar un Movistar Arena entero solo con gente mayor de 40 o 50 años. Y lo haría sobrada. Porque ha conseguido conectar con generaciones distintas, desde quienes se criaron con Madonna y Prince hasta los que han descubierto la música a través de TikTok. Y eso no es común. Eso es carisma y muy buen hacer.

Y carisma no significa arrogancia. Al contrario. Lo que más me sorprendió de este doblete fue la humildad silenciosa con la que Dua se presenta. No necesita decir «¡Hola, Madrid!» cada dos minutos. No necesita fingir entusiasmo. Lo suyo es de verdad. Transmite una sensibilidad preciosa en cada mirada, en cada pausa, en cada decisión estética del show. Y se nota que tiene los pies en la tierra, aunque flote sobre el escenario.

La producción fue espectacular, digna de estadios, pero sin perder el gusto por el detalle. Las luces, las pantallas, el vestuario (cinco diferentes, a cada cuál más atrevido y sensual… que algunos diréis: ¿es necesario? Sí. ¿Te gusta? No, pero en Dua sí. Es lo que hay), la coreografía medida al milímetro… pero sin caer en la frialdad.
Y la banda. Ay, la banda.
El bajo es el que manda aquí. Sin discusión. Un groove elegante, sofisticado, lleno de matices. Un sonido que te empuja a bailar, pero que también te atrapa por los detalles. El batería, además de precios, es como una sonrisa de diccionario. Siempre demostrando porque le llamo el «batería feliz». La guitarra con ese tono entre funky y moderno que define el sonido de Dua. Coristas impecables. Y sí, en «Love Again» hubo violín en vivo. No sampleado. Porque cuando se apuesta por la música, se apuesta entera.

Ella, en el centro. Con una seguridad aplastante. Camina por la pasarela en completo silencio, solo con el sonido de sus tacones y el micrófono apuntando al suelo. Y todo el estadio gritando. Mirándola. Como si fuera una escena de cine. Como si supiéramos que está contando algo sin decir nada.

Muchos hablan de voces pregrabadas. Aquí no. Aquí se canta. Se canta de verdad. ¿Perfecto? No. Y qué bien que no lo sea. Hubo dos errores, uno suyo y otro de la banda, al menos que yo detectara la segunda noche. Pequeños. Ínfimos. Pero humanos. Y eso se agradece muchísimo. Porque recuerda que esto es en vivo. Que no estás viendo un videoclip. Estás viendo a una artista de carne y hueso, sudando, respirando, sintiendo contigo.

En ambos conciertos (1 hora y 55 minutos cada día), aunque el setlist fue idéntico, cosa que imaginábamos, nos permitió llevarnos una INCREÍBLE sorpresa el segundo día viendola cantar en un perfecto español una canción que nos acompaña en la vida desde hace más de 20n años: «Me Gustas Tú», de Manu Chao. En cuanto a la experiencia comparando ambos días, no hubo cambios, sí correcciones y diferentes ambientes. El primer día hubo más contención, tanto en el público como en algunos tramos del show. Hubo silencios en las transiciones que se alargaron demasiado. Lugares donde la música o las luces desaparecían durante casi un minuto. El segundo día todo eso estaba solucionado. Todo fluía. Las entradas eran más directas, las pausas más naturales, los cambios de escena más ágiles. Incluso los movimientos de la banda en escena estaban más afinados. Me fijé en cómo, mientras Dua hablaba con el público en penumbra, los técnicos recolocaban toda la banda al final de la pasarela en apenas dos minutos. Una coreografía paralela. Una sinfonía invisible.

Y en cuanto al repertorio, algo de lo que no suelo hablar, pero que ene este caso sí lo haré porque me conozco al milímetro toda su discografía, fue un paseo por todos los hits, pero sin caer en lo fácil. Comenzó con temas nuevos como «Training Season», «These Walls» o «Illusion», y poco a poco fue integrando los clásicos que la llevaron a la cima: «Levitating», «New Rules», «One Kiss», «Be The One», «Cold Heart»… Todo sonó como tiene que sonar. Y más. El bloque final fue una apisonadora emocional: «Physical», «Electricity», «Hallucinate», «Love Again», «Anything For Love», «Houdini»… Fuegos artificiales, confeti blanco, luces por aquí y por allá, el Movistar Arena entero de pie, bailando, gritando, llorando incluso. Porque sí, yo vi gente llorar. Y gente seguro me vio llorar a mi.

Un apunte: el merchandising. Camisetas a 45€, sudaderas a 90€. Locura. Pero aún así, la gente salía con bolsas como si fuera parte del rito. Y quizá lo sea. 

Dua Lipa no solo canta. Construye momentos. Y ese, para mí, es el verdadero poder del pop. Hacerte sentir que formas parte de algo. Que lo que estás viviendo no es solo para ti, sino para todos los que están ahí, desde el chaval de 14 que fue con su amiga hasta la mujer de 50 que cantaba “Levitating” como si fuera el primer día del resto de su vida.

Con 29 años, lleva unos años que ya no es solo una promesa. Es una realidad gigantesca. Una artista con voz, con identidad, con visión. Una mujer que no necesita gritar para hacerse oír, ni provocar para llamar la atención. Aunque si encima provoca… Apaga y vámonos. Lo suyo es la elegancia llevada al extremo, emoción, ritmo, respeto por el pasado y ambición de futuro. Es música disco del 2025.
Y yo, que vi los dos conciertos completos, solo puedo decir una cosa: esto, amigos, es lo mío. Al igual que lo es el reggae. El jazz. Los clubs de 50 personas. Y mientras tenga piernas para caminar hasta una pista de baile, seguiré viviendo todas estas cosas como un adolescente que es la primera vez que lo hace. Y lo seguiré contando.

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