Lawrence es de los grupos más jodidamente divertidos del planeta

Mar 6, 2025

Hay conciertos que te dejan huella. Que sales con una sonrisa imposible de borrar y con la sensación de haber presenciado algo irrepetible. Y luego están los conciertos de Lawrence, que van mucho más allá. Lo de anoche fue un espectáculo de otro nivel. Uno de los conciertos más espectaculares que recuerdo en toda mi santa vida. Y he estado en unos poquitos.

Lawrence no es solo una banda que suena bien (que lo hacen, y muchísimo). No es solo que sean músicos de primer nivel, que claven cada nota y cada ritmo con una naturalidad pasmosa. Es que transmiten algo único, algo que pocas bandas consiguen. Son de esas formaciones que, si las descubres en directo, te conviertes en fan al instante. Y si ya llegabas con las canciones aprendidas, la experiencia se multiplica por diez.

Porque Lawrence no solo hacen música, hacen que la música se viva. Su fórmula es perfecta: una base de pop con un groove arrollador, un cóctel entre el soul y el funk que resulta en una fiesta infinita. Como si alguien hubiera mezclado a Stevie Wonder con Bruno Mars y le hubiera dado aún más frescura y descaro. Es un sonido que no entiende de etiquetas y que conecta con cualquiera. Es como los Simpson o las películas de Pixar: da igual la edad, el contexto o el bagaje musical de cada uno, todo el mundo lo disfruta a su manera y sale de allí con la felicidad absoluta.

Desde el primer segundo hasta el último bis, la energía fue un pu** Jumanji. El bajo, la batería y la guitarra marcaron el pulso con una precisión quirúrgica, pero sin perder ni un gramo de frescura. La sección de vientos, absolutamente descomunal, no solo reforzó el sonido, sino que elevó el show al cielo, metiéndose en cada rincón del escenario como si fueran una extensión natural del ritmo. Y en el centro de todo, los hermanos Lawrence, que no solo cantan y tocan con una maestría impresionante, sino que contagian una alegría brutal. Son pura carisma. Pura química. Como si su única misión en la vida fuera hacerte bailar.

«Algunos conciertos te hacen vibrar. Otros te dejan sin palabras. Pero lo de Lawrence es otra historia: es música que te secuestra el alma y no la devuelve ni al día siguiente de salir de la sala.»

Gracie Lawrence pasa, sin duda, a nuestro puesto número uno de Diosa de la música moderna. No es solo su voz, que es una locura en sí misma. Es su magnetismo. Su capacidad de moverse por el escenario, de interactuar con la banda y con el público, de convertir cada gesto en parte del show. Y Clyde Lawrence no se queda atrás. Su manera de cantar y tocar, su complicidad con el resto del grupo, su dominio del groove… Se nota que están viviendo su propio sueño y que entienden la importancia de demostrarlo. Esa actitud juvenil y extrovertida de todos los músicos es clave en la magia del espectáculo. Saben que no basta con tocar bien: hay que vivirlo. Hay que hacer que el público sienta que forma parte de su universo.

Y en este universo todo encajó a la perfección. La escenografía fue un acierto absoluto. Una plataforma para los momentos más íntimos, teléfonos fijos sonando en escena, alarmas, una mesa de despacho en la que Clyde se sentaba para interpretar algunas partes como si fuera la banda sonora de su propia vida. Tuvieron además varios momentos acústicos que dejaron a la sala en un silencio sobrecogedor. Dos temas solo con los hermanos, en un formato más personal y emocionante. Y otros dos con toda la banda, donde la instrumentación se redujo a lo esencial: la batería convertida en una maleta y un cencerro, y el bajo sustituido por un peculiar banjo de cuatro cuerdas gruesas, aportando un color completamente distinto al sonido.

El público no tardó en rendirse. Coros en cada estribillo, palmas en cada break, una conexión total que no se forzó en ningún momento. Porque no hay imposturas en Lawrence. Todo es autenticidad. Todo es pasión. Y todo se traduce en un directo absolutamente inolvidable.

Hace mucho que no salía de un concierto con tanta dosis de adrenalina. Con la certeza absoluta de que Lawrence están destinados a llenar estadios. No es cuestión de si lo harán, sino de cuándo.

Sin olvidarnos de Alex Lambert, una de esas voces que consiguen enamorar a la primera nota y que abrió la noche. Desde el momento en que pisó el escenario, su carisma y su voz mágica hicieron que toda la sala le prestásemos mucha atención, algo a veces complicado para un telonero. Cada canción que interpretó hizo crear ambiente íntimo y especial, preparando el terreno para lo que venía después. Y lo que venía después era, ni más ni menos, que una de las bandas más frescas, enérgicas y emocionantes del panorama actual.

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