Del 25 al 28 de junio de 2025, Viveiro volvió a convertirse en el epicentro del metal, el hardcore y el punk con una nueva edición del Resurrection Fest. Pero este año no fue una edición cualquiera: se celebró el vigésimo aniversario del festival. Veinte años de historia, evolución, crecimiento y consolidación que han convertido este evento en una referencia absoluta en el panorama europeo. A pesar de que el cartel de este año recibió críticas en redes por no contar con tantos nombres icónicos o sorprendentes como en otras ediciones, el resultado fue todo un éxito: el festival colgó el cartel de ‘sold out’ tanto en los abonos como en las entradas de día para el sábado 28, lo que habla de su solidez, de la fidelidad de su comunidad y, sobre todo, del disfrute absoluto del público.
Miles de asistentes vibraron durante cuatro días en un ambiente de hermandad, pasión y entrega absoluta a la música. La organización, logística y experiencia general volvieron a estar a la altura de lo que se espera de uno de los eventos musicales más importantes del sur de Europa. El público lo dio todo, lloviese o saliese el sol, y las calles de Viveiro, una vez más, se llenaron de vida, cultura, camisetas negras y respeto. Y como colofón, ya se han anunciado las fechas para la edición de 2026: del 1 al 4 de julio. El legado continúa.

MIÉRCOLES 25 DE JUNIO: ENTRE CLÁSICOS Y SORPRESAS
El festival arrancó con la energía de Mind Traveller, banda española de metalcore. Su actuación, que abrió uno de los escenarios secundarios, fue una grata sorpresa para los primeros asistentes que se acercaron temprano al recinto. Pese al calor sofocante de la tarde, los primeros valientes se congregaron frente al escenario para iniciar el vigésimo aniversario del Resurrection Fest con energía y actitud. La banda, agradecida por formar parte de un cartel tan especial, dejó claro que no venían solo a rellenar horarios, y así fue. Tuvieron muchísimo público que les acogió con una gran efusión.
A continuación, Psilicon Flesh aportó un enfoque más oscuro, con tintes industriales y electrónicos que no dejaron indiferente a nadie. Su propuesta, cargada de sonidos distorsionados, proyecciones audiovisuales y una actitud performática, conectó especialmente con quienes buscaban una experiencia más sensorial. Aunque su estilo puede parecer arriesgado, el público mostró curiosidad y respeto, aplaudiendo una propuesta que representa bien la amplitud estilística del festival.
Novelist, una de las bandas jóvenes con más proyección del metalcore europeo, ofreció un show potente, lleno de breakdowns y melodías. Desde Francia, llegaron con una base de fans sólida y muchos curiosos que, tras verlos, se declararon seguidores. La energía en el pit fue aumentando y los primeros crowd surfers del día comenzaron a aparecer.
Lost Society, por su parte, llegó con su estilo más cañero, a caballo entre el thrash y el groove moderno. La banda finlandesa contagió su energía al público con riffs contundentes y una actitud desenfrenada. Su líder no dejó de moverse por el escenario, y la conexión con las primeras filas fue inmediata. Fue uno de los momentos más coreados de la tarde y marcó el punto en el que el festival empezó a sentirse en plenitud.
Jinjer, desde Ucrania, se ha convertido en una habitual de los grandes festivales, y su concierto fue uno de los platos fuertes del día. La impresionante versatilidad vocal de Tatiana Shmayluk, capaz de alternar guturales salvajes con voces más limpias, junto con la precisión instrumental de la banda, ofrecieron una actuación demoledora. Cada breakdown retumbaba como un martillo, y el público respondió con circle pits y ovaciones constantes. La presencia de Jinjer no solo fue musical: también fue emocional, ya que muchos asistentes mostraron pancartas de apoyo a Ucrania y a la banda.
Luego, Skynd ofreció una actuación inquietante y teatral. Ataviada con su habitual estética gótica, la vocalista lideró un ritual sonoro que combinó sonidos industriales, bases electrónicas y una atmósfera casi cinematográfica. Las pantallas acompañaron con imágenes sombrías y perturbadoras, creando una experiencia inmersiva. Fue una de esas actuaciones que se recuerdan por su singularidad más que por su intensidad.
Eihwar, una de las propuestas más extremas del día, descargó una brutalidad sonora que contrastó con la atmósfera de Skynd, mostrando así la riqueza de estilos que conviven en el Resurrection Fest. La banda francesa, con máscaras, pinturas de guerra y una actitud ritualista, transformó el escenario en un aquelarre de paganismo sonoro. El público, lejos de replegarse, se entregó a la experiencia y agradeció que el festival apueste por sonidos menos convencionales.
Pero sin duda, uno de los momentos más esperados fue la actuación de Judas Priest, auténticas leyendas vivas del heavy metal. Rob Halford, enfundado en cuero y con su presencia imponente, lideró una actuación de auténtico manual. Desde los primeros acordes hasta el último bis, el escenario principal fue una celebración colectiva del legado del heavy metal. Pese a los años, la banda suena más fuerte que nunca, y el público se volcó en aplausos, cánticos y puños al aire. Hubo lágrimas, abrazos y una sensación generalizada de estar viviendo algo irrepetible.

La jornada siguió con Tarja, quien aportó un giro sinfónico y lírico al cierre de la noche. Su voz, envolvente y poderosa, sumió al público en un estado casi hipnótico. Tarja sabe cómo llenar un escenario sin necesidad de moverse demasiado: su presencia es suficiente. Fue un momento casi mágico, con luces suaves, proyecciones oníricas y una atmósfera de calma intensa, justo antes del último estallido de brutalidad.
Ese cierre lo protagonizó Kanonenfieber, una de las propuestas más extremas del cartel. Su death metal cargado de referencias históricas a las guerras mundiales, acompañado de uniformes militares y proyecciones bélicas, creó una sensación de crudeza y solemnidad a partes iguales. El público más fiel respondió con pasión, y la banda agradeció con una actuación sólida, sin concesiones.
JUEVES 26 DE JUNIO: INTENSIDAD, DIVERSIDAD Y UN HEADLINER ICÓNICO
La segunda jornada del Resurrection Fest comenzó con fuerza. A medida que los asistentes se recuperaban de la intensidad del día anterior, la expectación crecía por uno de los platos fuertes del festival: la actuación de Till Lindemann. Pero antes de eso, el jueves fue un despliegue constante de energía, sorpresas y una variedad de estilos que mantuvo en vilo a todos los presentes.
Killus fueron los encargados de abrir el día. Los de Castellón demostraron una vez más que no hacen prisioneros cuando pisan el escenario. Con su estética industrial, luces parpadeantes y actitud desafiante, consiguieron animar al público desde el primer momento. El escenario secundario se llenó rápidamente, y los coros del público se hicieron notar desde el primer tema.
Stain The Canvas subieron el listón con su propuesta metalcore de corte moderno. La banda italiana está en plena proyección, y su paso por Viveiro fue un salto adelante en su carrera. Los breakdowns fueron celebrados con entusiasmo por un público joven y entregado, mientras que los miembros de la banda no paraban de moverse por el escenario, generando una sensación de urgencia y dinamismo constantes.
Con la llegada de Northlane, el escenario principal vivió uno de los conciertos más técnicos del día. Su propuesta, mezcla de metalcore y electrónica ambiental, conquistó tanto a fans como a quienes descubrían al grupo por primera vez. La banda australiana brilló especialmente por su sonido cristalino y el despliegue lumínico, creando una experiencia inmersiva y envolvente.
Poco después, Death Angel trajo la contundencia del thrash metal clásico. Con una carrera de más de tres décadas a sus espaldas, los californianos ofrecieron una clase magistral de riffs veloces, actitud punk y entrega total. El pit estalló como en los viejos tiempos, y los más veteranos del público disfrutaron como si el tiempo no hubiese pasado.
En uno de los escenarios más íntimos, Seven Hours After Violet ofreció una propuesta más melódica y alternativa. Su concierto fue una isla de introspección y sensibilidad dentro de una jornada marcada por la agresividad. El público agradeció el cambio de ritmo y respondió con atención y respeto a cada canción.
Uno de los grandes triunfadores del día fue Municipal Waste. Los de Richmond, Virginia, transformaron el recinto en una fiesta descontrolada de thrash crossover, cerveza y mosh pits. Su actuación fue una de las más celebradas de todo el festival por su intensidad, brevedad y energía sin frenos. La conexión con el público fue total: circle pits constantes, risas y un ambiente de camaradería punk difícil de igualar.
A medida que caía la tarde, el ambiente se volvía más denso. Till Lindemann, el esperadísimo cabeza de cartel del jueves, hizo su aparición con un show milimétricamente diseñado. Con un despliegue visual al más puro estilo Rammstein, pero con identidad propia, Till ofreció una performance provocadora, teatral y cargada de simbolismo. Hubo un gran espectáculo sobre las tablas y una escenografía meticulosa. Cada movimiento del artista alemán estaba medido, y el público, completamente entregado, no apartó la vista del escenario ni un segundo. Aunque su propuesta fue controvertida para algunos, la mayoría lo vivió como uno de los momentos más espectaculares del festival.

En un registro completamente distinto, El Altar del Holocausto ofreció uno de los conciertos más intensos emocionalmente. Con su habitual propuesta instrumental y litúrgica, envueltos en túnicas y con una iluminación mística, la banda creó un clima espiritual donde los silencios eran tan poderosos como los crescendos. Fue un concierto para dejarse llevar y sentir, más allá de las palabras.
El cierre de la jornada lo pusieron dos propuestas explosivas. Korn, con su estatus de leyendas vivas del nu metal, ofrecieron uno de los conciertos más multitudinarios de toda la edición. Aunque algunos asistentes debatían sobre su forma actual o su setlist, lo cierto es que el público disfrutó al máximo. Jonathan Davis se mostró en buena forma, y los clásicos de la banda fueron recibidos con una entrega masiva. El pogo no cesó en ningún momento, y muchos asistentes salieron con la garganta rota de tanto gritar.
Por último, Hämatom pusieron el broche final con su peculiar mezcla de industrial, groove metal y una puesta en escena cargada de provocación. Con sus máscaras y vestuarios llamativos, no dejaron a nadie indiferente. Fueron los encargados de cerrar una jornada absolutamente diversa y potente, en la que cada banda aportó algo distinto, y en la que el público volvió a ser protagonista con su entusiasmo y energía inagotables.
VIERNES 27 DE JUNIO: MELODÍA, AGRESIVIDAD Y UNA CONEXIÓN INQUEBRANTABLE
El tercer día de festival fue una montaña rusa emocional. La jornada del viernes ofreció una programación que equilibró propuestas arriesgadas, sonidos extremos y momentos de gran sensibilidad artística. Fue un día especialmente agradecido por los asistentes más curiosos, que se dejaron sorprender por bandas menos conocidas y por actuaciones que rompieron expectativas.
Los primeros en pisar el escenario fueron Broken By The Scream, una banda japonesa que combinó el metalcore más agresivo con voces melódicas propias del J-pop. Su fusión explosiva desconcertó a algunos al principio, pero pronto se convirtieron en uno de los nombres más comentados de la jornada. La energía escénica de sus integrantes y la peculiaridad de su propuesta hizo que muchos descubrieran algo nuevo, y no fueron pocos los que se marcharon hablando de ellas como una de las sorpresas del festival.
En contraste, Moonshine Wagon aportaron un giro radical con su propuesta que combina country con folk. Con instrumentos tradicionales y una actitud absolutamente brillante, hicieron bailar y sonreír al público bajo el sol de Viveiro. Fue un momento ideal para recuperar fuerzas, mover el esqueleto con una sonrisa y brindar entre amigos.
El escenario volvió a llenarse de oscuridad con Deviloof, otra banda japonesa que llevó el deathcore a su máxima expresión visual y sonora. Con maquillajes extremos, guturales desgarradores y una puesta en escena visceral, no dejaron a nadie indiferente. Su sonido aplastante, combinado con un ritmo escénico sin pausa, convirtió su concierto en un espectáculo inquietante y adictivo.
Unprocessed, desde Alemania, ofrecieron uno de los conciertos más técnicos del día. Su mezcla de metal progresivo, elementos electrónicos y estructuras complejas atrajo a los amantes del virtuosismo. Las armonías de guitarra, el juego de dinámicas y la calidad sonora de la banda brillaron especialmente, haciendo que muchos se detuvieran a observar con atención cada detalle del show.
Uno de los momentos más emotivos de la jornada lo protagonizó Aphonnic. La banda gallega, muy querida por el público, logró una comunión especial con los asistentes. Hubo momentos de introspección, otros de rabia canalizada y, sobre todo, mucho orgullo por ver a una banda de casa defendiendo su propuesta con tanta pasión y solvencia en un escenario de primer nivel.
Soen, por su parte, trajeron el refinamiento emocional del metal progresivo. Su concierto fue un viaje introspectivo, lleno de matices y sensibilidad. Los fans de bandas como Opeth o Tool encontraron aquí uno de sus oasis dentro del festival. La interpretación fue impecable, y la conexión con el público se hizo palpable en los largos silencios respetuosos entre tema y tema.
La jornada progresiva continuó con Tesseract, otro de los grandes nombres del día. Los británicos desplegaron todo su arsenal sonoro en un show preciso y envolvente. Luces cuidadas al milímetro, sonido pulido y una ejecución instrumental impecable hicieron de su concierto una experiencia inmersiva que hipnotizó a los asistentes.
Uno de los regresos más celebrados fue el de Crucified Barbara. Las suecas volvieron a los escenarios con la misma actitud desafiante de siempre. Su rock pesado, con tintes hard rock y punk, fue recibido con entusiasmo, especialmente por un público que celebró tanto su vuelta como la reivindicación de más presencia femenina en las zonas altas del cartel. Fue un concierto lleno de actitud, sudor y guitarras afiladas.
Falling In Reverse llegaban como uno de los grandes reclamos del día, y no defraudaron. Su propuesta híbrida, que mezcla post-hardcore, electrónica, hip hop y metal, generó un espectáculo enérgico y moderno. Ronnie Radke, siempre polémico pero magnético, mantuvo la atención del público en todo momento. Hubo interacción constante, momentos de euforia generalizada y una producción escénica que marcó un antes y un después en la noche del viernes.

En un escenario más íntimo, Stesy ofreció una actuación potente y honesta. Su sonido, a medio camino entre el metal alternativo y el hardcore melódico, conectó especialmente con el público joven. Fue uno de esos conciertos donde se nota que la banda está en pleno crecimiento y que puede dar mucho que hablar en el futuro.
El broche final del viernes lo puso Angelus Apatrida, los reyes del thrash nacional. Como ya es habitual en ellos, ofrecieron una descarga de energía y actitud sin concesiones. La banda de Albacete sonó más compacta y agresiva que nunca, y el público respondió con circle pits, pogos y un entusiasmo generalizado que reafirmó su estatus como una de las bandas más queridas del panorama estatal. Fue un cierre de jornada perfecto: técnico, intenso, lleno de orgullo y con un ambiente electrizante que dejaba al público exhausto pero con una sonrisa de oreja a oreja.
Con el viernes concluido, el Resurrection Fest encaraba su jornada final con la sensación de que, a pesar de los comentarios previos sobre el cartel, se estaba viviendo una edición memorable. Y lo mejor aún estaba por llegar.
SÁBADO 28 DE JUNIO: SOLD OUT, CATARSIS COLECTIVA Y UN FINAL APOTEÓSICO
La jornada del sábado era, desde días antes, la más esperada del Resurrection Fest 2025. Las entradas de día se agotaron semanas antes, y el ambiente desde primera hora de la mañana era diferente. Se respiraba la emoción de quien sabe que va a vivir algo grande. El público, entregado desde el minuto uno, llenó el recinto desde bien temprano, confirmando una vez más que el alma del festival está en quienes lo viven desde dentro.
El arranque fue tan inesperado como irreverente con Gutalax, los checos reyes del goregrind festivo. Su propuesta, cargada de humor, ritmos brutales y disfraces absurdos, puso patas arriba el escenario. Hubo confeti, papel higiénico volando por los aires, circle pits ridículos y, sobre todo, carcajadas. Fue un arranque tan desquiciado como efectivo: el Resurrection Fest abrazaba sin prejuicios todos los extremos del metal.
The Broken Horizon, con su metalcore moderno, ofrecieron una descarga emocional intensa. Su sonido potente y melódico, su actitud y la conexión con un público entregado reforzaron la idea de que la nueva generación de bandas nacionales está pisando fuerte. En el mismo tono combativo y enérgico, Tetrarch, desde Estados Unidos, demostraron por qué están en boca de muchos. Su mezcla de nu metal con toques de metal moderno fue bien recibida, destacando por la presencia escénica de su vocalista y una ejecución sólida que generó más de un headbanging espontáneo.
Aviana siguieron con la tónica de metal moderno. Su show, basado en atmósferas densas, breakdowns aplastantes y una fuerte carga emocional, fue una de esas actuaciones que se disfrutan tanto física como emocionalmente. El público respondió con intensidad, entregándose al mosh y levantando los puños en señal de aprobación. La siguiente banda, Adept, fue todo un viaje al pasado para los fans del post-hardcore más melódico. Los suecos ofrecieron un concierto redondo, con una ejecución precisa y una energía contagiosa. A pesar del paso de los años, demostraron seguir en plena forma, dejando una gran impresión entre viejos seguidores y nuevos curiosos.
En el escenario más oscuro del festival, Spectral Wound invocaron el lado más crudo del black metal. Con una estética sobria, sin apenas interacción con el público y centrados en la música, ofrecieron una actuación que generó una atmósfera hipnótica. Fue uno de esos conciertos que no necesitan parafernalia para resultar intensos. El público, totalmente entregado, se sumió en una especie de trance colectivo.
La tarde avanzaba y el ambiente seguía creciendo. Walls Of Jericho, con Candace Kucsulain al frente, dieron uno de los conciertos más físicos del festival. La vocalista demostró una vez más que es una de las frontwoman más potentes de la escena hardcore/metal. El público respondió con wall of deaths, pogos y una energía imparable que convirtió el concierto en un auténtico estallido. Fue uno de los momentos más viscerales de todo el festival, donde la conexión entre banda y público se sentía casi violenta, pero liberadora.
Llegaba entonces uno de los momentos más esperados de todo el Resurrection Fest 2025: Slipknot. A pesar de los años, los de Iowa siguen siendo una apisonadora en directo. Su show fue una brutalidad medida al milímetro: fuego, máscaras, percusión tribal, saltos sincronizados y una intensidad que no decayó ni un segundo. Corey Taylor, como siempre, supo cómo manejar a las masas, y el público respondió con una entrega absoluta. El caos orquestado por Slipknot fue una auténtica catarsis colectiva: el suelo temblaba, la gente gritaba, bailaba, se abrazaba y dejaba atrás toda la tensión acumulada en una hora y media de pura locura controlada. Un espectáculo inolvidable.

Pero aún quedaba una última joya para cerrar el aniversario por todo lo alto: Zeal & Ardor. Con su mezcla imposible de black metal, góspel y blues, ofrecieron uno de los conciertos más especiales del festival. Fue un show hipnótico, espiritual, inquietante y profundamente emocional. El contraste entre las voces espirituales y la oscuridad sonora generó una atmósfera única. Era el cierre perfecto: desafiante, innovador y profundamente conmovedor. Muchos asistentes se quedaron en silencio, simplemente escuchando, conmovidos. Fue el tipo de concierto que trasciende géneros y deja huella.
Con las últimas notas aún flotando en el aire, el Resurrection Fest 2025 llegó a su fin. El público se marchaba con la voz rota, el cuerpo agotado y el alma llena. Porque, más allá de carteles, polémicas o estilos, lo que ha quedado claro es que el Resurrection es mucho más que la suma de sus bandas: es una comunidad, una experiencia vital y una celebración de la música en su forma más honesta y poderosa.
Con el XX aniversario convertido en un éxito rotundo, y las fechas ya confirmadas para 2026 (del 1 al 4 de Julio), Viveiro ya vuelve a contar los días para una nueva edición. Porque mientras haya pasión, habrá Resurrection Fest.
UNA FIESTA COLECTIVA MÁS ALLÁ DE LA MÚSICA
El Resurrection Fest 2025 ha dejado una huella imborrable en su vigésimo aniversario. Lejos de quedar definido por la polémica previa al cartel, esta edición ha demostrado que el alma del festival reside en su gente. El ‘sold out’ de abonos, la explosión de emociones en cada jornada y la entrega absoluta del público han convertido esta cita en una celebración única de la música alternativa en todas sus formas.
Durante cuatro días, Viveiro se transformó una vez más en un refugio para miles de almas que encontraron en los escenarios del festival algo más que conciertos: encontraron comunidad, liberación, recuerdos imborrables y una forma de vivir la música desde el corazón. Porque si algo ha dejado claro esta edición es que el Resurrection Fest ya no necesita justificar su cartel: se sostiene por una cultura, una identidad y una pasión que trasciende lo meramente musical.
Con las fechas para 2026 ya en el horizonte, lo vivido este año se grabará en la memoria de quienes lo presenciaron como una reafirmación de que el Resurrection Fest no es solo un festival: es el hogar para miles de personas que, veinte años después, sigue latiendo con más fuerza que nunca.
Para finalizar, las fechas de 2026 son del 1 al 4 de junio, y lo presentan bajo el lema de “A Place Called Home”. El Resu es el hogar para miles de personas que repiten cada año, y para nosotros también.








