Inverfest hace vibrar Madrid el día de Reyes con una noche de culto a una de las bandas de rock más legendarias de nuestro país.

En plena temporada invernal, mientras las noches son más largas y el frío se adueña de Madrid, Inverfest se erige como uno de los héroes culturales que nos regalan la mejor manera de combatir el gélido invierno: música en vivo. Este ciclo de conciertos, una tradición ya arraigada en la escena madrileña, se convertía en la fuente de calor emocional que todos necesitábamos si no teníamos o si no queríamos planes infantiles el día de Reyes.

La Sala Sol se preparaba para recibir a Sex Museum, una leyenda viva del rock español. ¿La promesa? No solo una noche de música, sino un viaje en el tiempo encapsulado en acordes y recuerdos.

Personalmente, recuerdo haber descubierto a Sex Museum hace más de dos décadas, en una época en la que la única playlist que importaba era la que te grababas en una cinta. Fue en Callao, en un escenario improvisado, donde estos tipos del rock español me dejaron boquiabierto. Pero en esos días preinternet, mantenerse al tanto de tus bandas favoritas era todo un desafío, y Sex Museum quedó relegado a un rincón lejano de la memoria.

Al revisar el cartel de conciertos para el mes, me topé con el nombre de Sex Museum y una ola de recuerdos adolescentes me golpeó. ¿Cómo sonarían ahora, más de dos décadas después? La respuesta estaba en la Sala Sol.

La noche del concierto, un sold out que confirmaba la conexión duradera entre Sex Museum y su público. Pero antes de que los miembros de la banda pisaran el escenario, la anticipación se palpaba en el aire. Las luces se apagaron, los murmullos se transformaron en un rugido de emoción y, con un estruendoso estallido de energía, Sex Museum irrumpió en escena con la inconfundible introducción de «Breaking the Robot«.

Esa primera nota resonó como un grito de libertad, una declaración de intenciones que nos sumergió en un torrente de nostalgia y emoción. Los acordes de «Breaking the Robot», este himno reciente dentro de su carrera pero que ya se ha convertido en un clásico eterno de Sex Museum. Fue como si el tiempo se detuviera por un momento, y nos encontráramos de nuevo en aquel escenario improvisado de Callao, con la frescura de la juventud y la música vibrando en el aire, pero sonando el tema suyo que más me ha enganchado en esta segunda etapa. 

Y el rock no se detuvo durante las casi 2 horas de concierto. La banda nos llevó en un viaje a través de su extenso repertorio, ofreciendo una selección de clásicos atemporales que sonaban tan frescos como la primera vez que los escuchamos.I enjoy the forbidden, Two Sisters, I’ve lost the faith… temas que han dejado su huella en la memoria colectiva de los seguidores de Sex Museum resonaron con la fuerza necesaria para disfrutar del rock.
Cada acorde, cada letra, se convertía en un viaje a través del tiempo, llevándonos desde los primeros días de la banda hasta sus creaciones más recientes. Era una celebración de la evolución musical de Sex Museum, una travesía que abarcaba décadas de rock en español.

Fue como si el tiempo se detuviera por un momento, y nos encontráramos de nuevo en aquel escenario improvisado de Callao, con la frescura de la juventud y la música vibrando en el aire.

Marta Ruiz, con sus teclados característicos, se erigió como la musa psicodélica de la noche. Sus notas, perfectamente en sintonía con el sonido de la banda, añadiendo capas de profundidad a cada canción. Era imposible no dejarse llevar por la magia que emanaba las jodidas teclas de Marta, una contribución vital al distintivo toque psicodélico de Sex Museum.

Los hermanos Pardo, auténticos veteranos de la escena musical, demostraron una vez más que la música corre por sus venas. Su conexión en el escenario, enriquecida por 40 años o más tocando juntos, se tradujo en una actuación magistral. Fernando, guitarra en mano, y Miguel, al frente del micrófono, encarnaron la esencia misma del rock español. Su presencia escénica y su habilidad para conectar con la audiencia revelan una pasión indeleble por lo que hacen.

La base rítmica de Sex Museum, conformada por Javier Vacas al bajo y Loza  en la batería, fue un ejemplo de precisión y maestría. La sincronización entre estos dos músicos es impecable, como si tuvieran un pacto secreto con el tiempo. Imposible no destacar la calidad de dos metrónomos vivientes que guiaron la travesía musical de Sex Museum con una destreza extraordinaria.

En la salida de la Sala Sol, mientras el eco de la música se desvanecía, quedó la certeza de que esta noche con Sex Museum y su participación en Inverfest no fue simplemente un recuerdo más, sino un capítulo añadido a la larga historia del rock español. O al menos lo fue para mí, que llevaba 21 años sin verles en directo.

¡Larga vida a Sex Museum y a la magia de Inverfest!

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