En el primero de los 2 sold outs, himnos endemoniados y colaboraciones top, el trío de rock se sigue superando, en cifras y en conexión con el público.

La Riviera se convirtió el primero de Febrero en mi terreno de juego cuando los Sexy Zebras la tomaron por asalto con el primer sold out de dos que han logrado en 10 días.
Mi encuentro con estos máquinas del rock comenzó en el Viña Rock del año pasado, una madrugada de paseo en la que su sonido de repente me cautivó en la oscuridad como una maldición tentadora. Desde ese momento, quedé embrujado por su encanto y juré que no me perdería el infierno que desatarían en la Riviera.

En el Viña no conocía ni una canción de los Sexy Zebras, pero oh, cómo ha cambiado todo. Ayer en la Riviera, conocía todas y cada una de sus malditas canciones.
No había escapatoria: se notaba que los había escuchado cientos de veces. En mi limitado conocimiento del rock español, estos Zebras se alzan como mi trío favorito, no tengo ninguna duda.

El concierto arrancó con «Bailaremos«, una elección que hizo retumbar La Riviera desde sus cimientos. La multitud, como almas desfasadas, rugía en respuesta, marcando el inicio de una noche que haría temblar cualquier escenario en el mundo. 

La energía que se siente en un concierto de los Sexy Zebras es totalmente inexplicable porque depende de muchísimos factores que parece que se juntan siempre en sus bolos. Pero para que se entienda, han logrado crear más que fans: fanáticos.

A mitad del espectáculo, los Sexy Zebras soltaron la bomba: todo lo tocado hasta ese momento era pop, y el auténtico rock llegaría con fuerza. Las primeras notas de «Jaleo» resonaron como un conjuro, convirtiendo la Riviera en un pandemonio de cabezas moviéndose al compás de la maldición sonora de la banda. Y obvio que no faltó la canción que más loco me volvió cuando les conocí, «Charly García«. Una bestialidad.

Los invitados sorpresa, como Niña Polaca, Las Ginebras, Rufus T Firefly y Antonio de Arde Bogotá, fueron como pactos diabólicos que añadieron un toque de caos adicional al aquelarre.

El cierre con «Tonterías» fue el apoteosis de la noche infernal. Desde mi posición en el fondo de la Riviera, observé cómo la multitud se entregaba al éxtasis, como almas condenadas saltando al abismo de la música. Los Sexy Zebras, verdaderos arquitectos de himnos infernales, crearon una sinfonía de caos y desenfreno. Momentos como la «super piscina» en forma de pogo posterior se grabaron en la memoria colectiva, como episodios de una orgía sonora que no se olvidará fácilmente.

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