Hay cosas que por muchas veces que las vivas, nunca dejan de fascinarte. Y eso me pasa a menudo con todo lo relacionado con Japón.
Yo tengo raíces japonesas. Mi padre es japonés y crecí rodeado de su cultura, su arte, sus maneras. Pero ni esa cercanía ni los años que llevo entendiendo su mundo me prepararon para lo que vivimos anoche en el Palacio Vistalegre de Madrid con BABYMETAL. Y no porque no supiera lo que iba a ver, sino porque, sencillamente, hay experiencias que están diseñadas para descolocarte aunque creas que lo has visto todo.
Siempre tuve vena nu metalera. Mi primer festival fue en el Festimad 2001 viendo a Slipknot. Pero tras la adolescencia, lo confieso, me descolgué bastante del género. No dejé de escuchar lo que ya conocía, pero sí de buscar nuevas propuestas.

Ahora que, junto a Don Álvaro Carlier hemos hecho un combo mágico para cubrir conciertos de metal con él a la cámara y yo a la palabra, siento que estoy reconectando fuerte con este universo. Y aviso desde ya: si meto la pata con algún subgénero del subgénero, pido disculpas por adelantado.
«Conozco la cultura japonesa desde la cuna… y aún así, viendo a Babymetal en directo, siento que estoy descubriendo un nuevo planeta.»
BABYMETAL es, ante todo, una banda que va sobrada de originalidad. Las inventoras del «kawaii metal», ese híbrido imposible entre el pop más adorable y el metal más contundente. A veces suenan a Aqua, otras a Slipknot, pero la mezcla es algo que solo puede describirse como «BABYMETAL en estado puro». El ambiente en Vistalegre tenía mucho de concierto de urbano (y lo digo en el mejor de los sentidos): gritos ensordecedores con cada gesto de sus ídolos, una propuesta 100% coreografiada, con visuales medidos al milímetro y una puesta en escena que, por momentos, parecía calcada al detalle. Como si cada show fuera una pieza de teatro metalero perfectamente engrasada.
También hubo mucho de samples pregrabados y de canciones con colaboraciones que ellas simplemente escenificaban. Pero lo sorprendente es que nada de eso molestaba. Porque lo que transmiten Su-metal, Moametal y Momometal (así se llaman estas tres japonesas que parecen sacadas de un anime distópico) es una fuerza escénica imposible de ignorar. Su público es fiel y aman todo lo que hacen. Y eso convierte el show en una experiencia compartida, casi tribal.

La velada arrancó con Barbie Thug, con una propuesta industrial-electrónica bastante bailable y fiestera, apoyada solo en dos bailarines, y que encendió al público con coreografías provocadoras, adaptadas al contexto metalero pero con alma reguetonera. Sorprendente, poderosa, adictiva. Media pista ya estaba dando palmas aunque faltaban tres horas para el plato fuerte.
Añadir que los que nos conocéis sabéis que jamás criticaremos una propuesta musical por estar “erotizada”, porque un hombre o una mujer vaya totalmente tapado/a o totalmente desnudo/a y porque sus coreografías sean calientes.
Espero que los reggaetoneros no critiquen a los metaleros por que haya artistas del genero que sexualicen su show. Ni viceversa.
Vive y dejar vivir.

Luego llegó Poppy, con banda en directo y un enfoque más clásico dentro del metal alternativo: riffs potentes, momentos melódicos, pasajes guturales y ese arte que tiene para ser dulce un segundo y una bestia al siguiente. No hubo tregua. (No tenemos fotos porque su oficina de management no nos dejó, ni a nosotros ni a ningún medio acreditado).
Lo de BABYMETAL es otra liga. Su show no es solo un concierto, es una ceremonia. El setlist, la escenografía, los trajes, los videos… Todo está diseñado al milímetro. Pero lejos de restar espontaneidad, eso multiplica la inmersión. Porque entras en su universo y, si te dejas llevar, no quieres salir. Puede que haya mucho de prefabricado, pero hay también una entrega, una energía y una identidad que lo sostienen todo.
Route Resurrection vuelve a demostrar que no hay techo cuando se trata de traer a España a los grandes del metal global. Este concierto no solo fue un regalo para los fans del género, sino también para los que creemos en la fuerza de las propuestas distintas, en las fusiones imposibles, en el poder de la sorpresa. Porque el metal, como la música en general, no debería entender de purismos cuando lo que hay delante es una bestialidad escénica como la de BABYMETAL.

