Hay veces que vas a un concierto casi por accidente y sales con la certeza de que has vivido algo especial. Black Pistol Fire, el dúo canadiense formado por Kevin McKeown (voz y guitarra) y Eric Owen (batería, sintes), eran unos completos desconocidos para nosotros hace apenas unos días. Los descubrimos rebuscando conciertos para esta semana… ¡y Dios qué flechazo! Un rock crudo, directo, con riffs cabezones y una voz rasgada de esas que no se imitan, se nacen con ellas.
Cuando ya dexubrimos que eran solo dos, supimos que la noche que los viésemos iba a ir por uno de dos caminos: o una sobredosis de potencia… o una decepción estrepitosa. Fue lo primero. Incluso superaron ese concepto.

Kevin McKeown tiene ese algo de estrella que no se entrena. Y eso que pidió perdón desde el principio por una lesión en el pie. ¿Lesión? ¿Dónde? No paró quieto. Saltó, corrió, se tiró al público hasta tres veces, se contorsionó como si tuviera electricidad corriéndole por las venas, y acabó la noche visiblemente cojo… pero feliz. Nosotros más.
“Cuando en la Sala Sol hay un buen concierto de rock, hay pocos lugares donde el sudor se siente tan bien.”
A su lado, Eric Owen se encargaba de levantar el muro rítmico, con una batería implacable y algún que otro sinte de bajo que daba justo el empuje necesario. Porque sí, son solo dos, pero llenaron la Sala Sol como si fueran cinco.

Y hablando de la Sala Sol… Cuando hay rock del bueno ahí dentro, hay pocos sitios donde el ambiente se encienda tanto. Lo de anoche fue de los que se recuerdan por tiempo. Calor, sudor, cerveza, pogos suaves pero intensos, y esa sensación de estar donde tienes que estar. Además, se notaba que no llevaban metrónomo ni claqueta ni gaitas modernas. Iban a pulmón, a alma. Como debe ser. Como siempre fue el rock.
Anoche salimos con la camiseta empapada y la sonrisa puesta. Sin duda, una de las sorpresas más grandes de los últimos meses. Si vuelven, repetimos. Y si no vuelven… les buscamos.

