Nadie que conozca mínimamente la escena pone en duda que Freedonia es una de las bandas más reconocidas y reconocibles del R&B y el soul en España. Su trayectoria, su sonido tan sumamente elegante y cuidado, y su capacidad de evolucionar sin perder identidad los han convertido en una referencia absoluta. Pero anoche en la sala Villanos, frente a un público entregado y con entradas agotadas, demostraron que están a un nivel excelso.
He tenido la suerte de verles en muchas ocasiones y en casi todas sus etapas. He sido testigo del impacto que generan desde el escenario, pero lo de ayer fue distinto. Fue el reflejo de una banda que no solo mantiene su esencia intacta, sino que ha encontrado una frescura renovada, una confianza brutal en su propuesta y una conexión con el público que traspasa lo habitual. Freedonia ya no es solo un colectivo de músicos excepcionales; es una máquina perfectamente engrasada que sabe cuándo rugir y cuándo susurrar, cuándo incendiar la sala y cuándo congelar el tiempo.

La Villanos, completamente llena pero con espacio suficiente para bailar (seña de identidad de los sold outs de esta sala, algo que se agradece infinito), se convirtió en el mejor escenario posible para la banda. El sonido fue impecable, la energía, contagiosa, y la presencia de los coros de Leena y At1 terminó de elevar la experiencia. Desde la primera armonía que compartieron con Deborah, supe que iban a llevarnos a otro nivel. Y lo hicieron.
«Freedonia no solo toca soul, lo esculpe en el aire, lo prende fuego y lo deja arder en cada corazón presente.»
El repertorio fue un viaje a través del soul más visceral, con esos toques de funk y R&B que hacen que Freedonia no solo sea una banda de directo, sino una experiencia en sí misma. Temas que ya son clásicos y otros más recientes, pero todos con ese sello inconfundible de intensidad, groove y emoción. Y aunque cada canción tuvo su momento de gloria, hubo instantes en los que la sala pareció detenerse por completo.

Quizás sea injusto no mencionar a todos los músicos uno por uno, porque lo que se vivió anoche fue una exhibición coral de talento y compenetración. La sección rítmica sostuvo el groove con una precisión que parecía de otro mundo, mientras los vientos aportaban el dramatismo justo para elevar cada canción sin sobrecargarla, a pesar de su presencia casi constante. Pero lo que de verdad me erizó la piel fue la entrega de Deborah, su capacidad para interpretar cada tema como si se le fuese la vida en ello, su conexión con cada nota, con cada pausa, con cada respiración del público.
La manera en la que Freedonia maneja la tensión y la energía en el escenario es digna de estudio. No hay momento en el que bajen el nivel ni se pierda el hilo del concierto. Cada transición está cuidada al detalle, cada solo tiene su razón de ser, cada mirada entre los músicos es un lenguaje en sí mismo. Son una banda que se ha construido desde la autogestión, desde la independencia, y eso les ha dado un carácter inquebrantable.

Hay bandas que tocan bien. Hay bandas que emocionan. Y hay bandas que, como Freedonia, convierten la música en una experiencia que se siente en la piel. Y anoche, en Villanos, se vivió una de esas noches que se quedan grabadas.
Freedonia fue, es y será siempre una de las bandas más grandes de este país, no solo por su música, sino por su evolución, por su pasión y por la forma en la que siguen demostrando que el soul no es un género, es un estado del alma.
Gracias a la vida por permitirme disfrutar de cada etapa de una de mis bandas favoritas de la escena de este país. ¡Y lo que queda!



