La Femme trajo a Madrid su estética impecable, pero volando raso

May 23, 2025

La Femme es uno de esos grupos que lleva años rompiéndola en Francia y que poco a poco ha ido consolidando una base de fans sólida en España. Tanto que, un miércoles cualquiera, han sido capaces de llenar La Riviera hasta la bandera. Y eso no es cualquier cosa. Porque hablamos de un proyecto que mezcla synth pop ochentero con sonidos modernos y con una estética que parece diseñada al milímetro para provocar sensaciones. Tres teclados, theremin, batería, percusión, voces que se alternan, coreografías medidas, luces bien sincronizadas… todo gritaba “esto va a ser una experiencia”. Pero no lo fue. Al menos no para mí.

Fotos y crónica: Kenyi Yoshino



Fui con la mente abierta, sin expectativas. Y reconozco que el arranque prometía. Esa puesta en escena cuidada, los arreglos electrónicos, ese rollo medio onírico, medio tribal, tenía pinta de ir construyendo algo potente. Pero el concierto se quedó en una línea plana, como si le faltara el alma o el salto. No terminaba de despegar. Ni hacia la fiesta total, ni hacia el viaje lisérgico, ni hacia el trance emocional. 

«Quizás no es mi universo, pero ver a dos mil personas vibrar con cada tema también es, de algún modo, parte del viaje.»

Y lo intenté. Pero el repertorio me sonó monótono, con pocas dinámicas reales, sin momentos de ruptura o catarsis. Quizás si te conoces bien los temas, o si vas más metido en su universo, lo puedas disfrutar de otra manera. O si te tomas algo que pegue fuerte de miércoles, como hicieron algunos, y te dejas llevar por el delirio. Pero así, en frío y sin dopaje emocional ni químico, no hubo manera. No lo aguanté entero.


Eso sí, hay que reconocerlo: el público fue un diez. Qué energía, qué entrega. Unas dos mil personas entregadísimas desde el minuto uno, coreando, bailando, sintiendo cada tema como si fuera un himno generacional. Esa conexión artista-público, aunque yo no la viviera y pienso que fue más gracias al público que al artista en sí, estaba ahí, muy presente. Y me encantó verlo. Porque aunque el show no me tocara, la felicidad de los que sí lo estaban viviendo fue contagiosa. Había algo especial en esa comunión, incluso entre semana. Y eso me lleva a una reflexión aparte: qué normalizado está ya el desfase total cualquier día. Gente absolutamente ida a las diez de la noche de un miércoles, como si fuera sábado a las cuatro. No es crítica, es observación. “Jony, la gente está muy loca”, y cada vez menos distingue entre días laborables y fines de semana.


Mención especial para La Riviera. No solo porque sigue siendo una de las salas más emblemáticas y funcionales de Madrid, sino porque cada vez suena mejor. Se nota que han trabajado el tema técnico estos últimos años. El sonido fue nítido, bien equilibrado, con una pegada controlada, y eso con una propuesta como la de La Femme se agradece. Además, el trato al personal de prensa y medios siempre es excelente. Da gusto ir a trabajar allí.


Resumiendo: un concierto visualmente atractivo, ejecutado con precisión, pero que a mí no me emocionó. Y cuando eso no pasa, no pasa. A veces no hay conexión, y está bien contarlo también. Porque lo bonito de la música en directo es que, incluso cuando no te toca, aprendes, observas, y te vas a casa con algo. Y en este caso, me fui pensando que quizás no es mi universo, pero que hay muchísima gente que sí se siente en casa con ellos. Y eso también es música. Aunque no sea la mía.

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