En nuestra segunda edición viviendo el Viña, sin duda festivales así nos hacen creer que se puede ser joven etérnamente.

Con tres colegas de toda la vida a cuestas, armados con una carga de nostalgia y un entusiasmo desenfrenado, nos aventuramos una vez más en el maravilloso mundo de la música en vivo. Dos de estos compadres y yo compartimos nuestro bautismo en festivales en el Festimad del lejano 2002, cuando éramos meros adolescentes buscando emociones con música de fondo. El tercero de la pandilla de hermanos se ha convertido, con el tiempo, en mi fiel compañero de parranda musical, siempre dispuesto a dejarse llevar por la corriente sonora de cualquier escenario.

Esta es mi segunda incursión en Viñarock, y debo admitir que el primer año iba siendo un semi-hater del rock kalimotxero, esa extraña mezcla que solo parece tener sentido en un festival de estas dimensiones. Sin embargo, desde que Territorio Music se convirtió en mi brújula en este vasto océano musical, mi mente ha comenzado a abrirse a nuevos horizontes sonoros.

El año pasado, en 2023, la experiencia fue la ostia. A mis treinta y tanto, me metí en el festival con el mismo entusiasmo de un adolescente en su primer concierto. Descubrí bandas que ni siquiera sabía que existían y me sumergí en un ambiente desprovisto de toda pretensión, donde la autenticidad reinaba por encima de cualquier otra cosa. Cero postureo.

Este año, la decisión de repetir fue instantánea, incluso antes de echar un vistazo al cartel. Además, una vez salió, debo confesar que ninguno de los grupos me provocaba un flechazo instantáneo, pero la sola idea de regresar a Viñarock era suficiente para disparar mi adrenalina festivalera.

Si el año pasado viví la experiencia como un adolescente descubriendo un nuevo mundo, este año fue más bien como un adolescente rebelde, entregado por completo al placer de vivir el momento y, admitámoslo, poco porcentaje de mi cerebro dedicado a generar contenido para las redes sociales. Puede que suene poco profesional, pero qué queréis que os diga, al final dimos una cobertura muy maja en redes y, sin duda, más auténtica y genuina que la del año anterior.

«En Viñarock, la música despierta al adolescente rebelde que llevamos dentro, liberándonos en un torbellino de emociones, descubrimientos y desenfreno.»

Esta vez, no me preocupaba tanto acercarme a fotografiar a los cabezas de cartel ni cumplir con ninguna agenda preestablecida. De hecho, mi mayor ilusión fotográfica era capturar la esencia de las bandas más pequeñas, en horarios más tempranos, para luego sumergirme de lleno en la fiesta.

Y así transcurrieron los tres días de puro delirio. Dos noches de fiesta desenfrenada, donde destacaron para mi gusto:

En el primer día, La Fuga, con más de 30 años haciendo rock español, una leyenda que merece todo mi respeto, aunque no sea precisamente mi estilo favorito. Lagrimas de Sangre, con su hip hop que nunca podré describir como un bolazo, pero que tampoco puedo negar que tiene su encanto. Morodo, perfecto para acompañar con un porrito y dejarse llevar por los ritmos reggae. Y luego, Boikot, que sinceramente, apenas recuerdo. Bueno, miento, recuerdo que terminé en la carpa techno. ¡Ay, querido techno, ni con veinte años!

El segundo día comenzó con Def Con Dos, un clásico indiscutible con una puesta en escena que haría palidecer a cualquier película de serie B. ¡El día de la bestia!
Pero la verdadera revelación del festival fueron The Baboon Show. Estábamos en el foso, sin saber si eran de Murcia o de Copenhague, cuando de repente, ¡boooom! Nos miramos, Dani Cruz y yo, y nos dijimos mutuamente: «¡Joder, esto sí que es rock de verdad!». Dentro de los miles de estilos de rock que existen, ESTE ES NUESTRO ESTILO.

Canijo de Jerez y Toteking, con sus actuaciones entretenidas, mitad clásicas, mitad modernas. Y luego Lendakaris Muertos y Zoo, dos auténticos himnos para nuestra pandilla. Lendakaris, esos tipos que no son ni de izquierdas ni de derechas, ¡son del centro comercial! Y Zoo, bueno, qué puedo decir de Zoo. Desde que uno de mis hermanos me los presentó, los he visto seis veces en dos años. ¡Ni siquiera a mis padres he visto tantas veces! Y aún así, no me canso de ellos. No puedo evitar pensar en su retirada, pero por ahora, solo puedo decir que los echaré mucho de menos. Siempre cumplen, de hecho, su actuación probablemente fue la mejor de las seis que hemos presenciado.

El segundo día, como no podía ser de otra manera, terminó en la carpa techno, con las gafas de sol puestas.

El tercer día fue básicamente una resaca de los dos anteriores, pero aún así, tuvimos nuestras sorpresas. Descubrimos a la Sra. Tomasa (sí, el mismo amigo que me presentó a Zoo), y resultaron ser el segundo gran descubrimiento del festival. Una mezcla explosiva de géneros, con músicos excepcionales y un flow inigualable. Caribeño, español, jamaicano, ¡de todo un poco! Miguel Campello y su flamenco rock rumba jazz también nos hicieron bailar sin parar. Sin duda me los guardo para volver a verles.

Y bueno, hubo algunas otras actuaciones que no nos impresionaron mucho, pero prefiero mantener el anonimato. Bueno, está bien, mencionaré una: Al Safir. No más de eso, Viña, ¡por favor!

¿Volvería? La duda ofende.

 

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