Un Viaje Mágico a Través de los Sonidos de África en uno de los mejores conciertos que hemos presenciado este año 2023.

Fotos: Kenyi Yoshino (Territorio Music)

El arte de Fatoumata Diawara es un caleidoscopio de emociones y culturas, fusionando tradiciones africanas con un toque contemporáneo que desafía las barreras musicales.
Desde el cálido abrazo de su guitarra hasta la fuerza de sus letras, Diawara es una narradora de historias universales entrelazadas con la rica herencia de su continente, África.

El año pasado, en el Rototom Sunsplash, mi encuentro fortuito con Fatoumata Diawara en el Main Stage me volvió a demostrarme por enésima vez que Murphy acude a visitarte cuando menos te lo esperas. Después de una cena tranquila, me acerqué para ver qué sonaba y, al escucharla a lo lejos, me lancé como un kamikaze hacia adelante. Solo logré saborear 10-15 minutos del directo, pero fueron suficientes para imaginar la magia que sus conciertos desatarían: una travesía flotante por la llanura africana seguida de un ritual tribal desquiciado.

Desde entonces, quedé con una espina clavada, un deseo ardiente de volver a experimentar su embrujo en vivo. Cuando me enteré de que Villanos del Jazz la traía a España, marqué la fecha en rojo en mi calendario anual de conciertos.
Y para que podáis acercaros un poco más a lo que se vivió aquella noche, un pequeño fragmento:

Llegó el día esperado y, os lo juro, me desperté nervioso. De esos nervios que te erizan la piel, te encogen el estómago pero te ponen a la vez sonrisa del revés.
Nervios de fotografiarla, de verla, de tenerla cerca. Desde el Rototom, la he escuchado incansablemente, y tanto su música como su presencia imponen un respeto reverencial.

La Riviera, a poco más de medio aforo (qué pena me da cuando tengo que decir esto…), se emocionó al unísono cuando Fatoumata Diawara apareció en escena. Yo, el primero.

Tanto que sentí un bloqueo fotográfico momentáneo. Os prometo que hacía años que esto no me pasaba al cubrir un evento.
Pero, al sentir las primeras notas de su guitarra, esos nervios se disolvieron en una paz interior que permitió capturar la esencia de su arte.
La energía que emana de ella es palpable, un regalo para los fotógrafos y para todos los que tuvimos el privilegio de presenciar su actuación.

El concierto fue un banquete para los sentidos. Fatoumata, más que una artista, es un ser celestial que toca la guitarra como si acariciara el alma y canta como un ángel africano. Su mensaje va más allá de las notas; es una guerrera que ha luchado toda su vida por los derechos de la mujer en su amada África.

Un amigo me contó la vez que actuó en un festival español, alargando su show por la caída de otro artista. Recuerda esas dos horas como un momento épico, pero tan pronto bajó del escenario, se desvaneció por la escasez de energía, según me cuenta esta persona, que estaba justó ahí.

En La Riviera, si no le sucedió, poco le faltó. Hubo tiempo para lágrimas, saltos, gritos, y la sensación de estar inmerso en un exorcismo africano. Pocos conciertos representan tan fielmente la esencia de África en la música y en el planeta tierra.

Este fue, sin duda, uno de los mejores directos a los que asistí este año.

Fatoumata Diawara no solo toca la guitarra; la acaricia, la despierta, la eleva a un estatus divino. Cada nota es un susurro al alma, una invitación a un viaje sonoro por las vastas llanuras africanas. Su destreza con las cuerdas no solo es técnica, es un acto de comunión musical que conecta continentes y épocas.

El grito de una guerrera: Mucho más allá de la música, Fatoumata se encarga cada día de difundir un mensaje de empoderamiento desde el amor a su tierra.

La música de Fatoumata Diawara es un grito de liberación, un llamado a la acción en defensa de los derechos de las mujeres, especialmente en África. Su compromiso va más allá de las notas, tejiendo historias de resistencia y esperanza en cada canción. En La Riviera, su voz resonó como un himno de empoderamiento, un recordatorio de la fuerza transformadora de la música.

Aquella noche sentimos estar en el epicentro de un exorcismo africano, donde las lágrimas y los gritos se entrelazaron con los ritmos frenéticos de Fatoumata. Fue una experiencia tan visceral que se le vió llorando de emoción al terminar el bolo. La conexión entre artista y audiencia fue tan intensa que el tiempo se diluyó, dejando solo la esencia cruda de la música africana contemporánea y en nuestros cuerpos unas ganas inmediatas de volver a verla.

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