Zo Brinviyer en Villanos: Demostrando que la música y la palabra pueden ser uno

Ene 20, 2025

El proyecto de poesía-jazz de Zo Brinviyer y Lachy Torriente aterrizó anoche en la sala Villanos con una propuesta que, desde el primer minuto, dejó claro que la experimentación y la emocionalidad son los motores de su arte. Apenas los conocí la semana pasada gracias a esas conexiones mágicas que a veces propician las redes sociales. De entre las cientos de propuestas que llegan semanalmente —entrevistas, invitaciones a conciertos, música por escuchar— la suya brilló con luz propia, y anoche confirmé por qué.

La teoría detrás de su espectáculo suena fascinante: un diálogo entre la música y la palabra donde ambas disciplinas se entrelazan para formar una unidad. Lo interesante es que esto no se queda en un mero discurso atractivo, sino que lo llevan a la práctica con una intensidad que trasciende el escenario. Esto no son relatos con una melodía de fondo, ni música que busca rellenar silencios. Es una narrativa visceral en la que las palabras bailan al compás del jazz, y el jazz, a su vez, toma vida propia a través de las palabras.

La sala Villanos se transformó en un espacio cargado de energía. Desde el primer verso hasta el último acorde, la propuesta de Zo y Lachy atrapó al público, transportándolo a un lugar donde la música no solo se escucha, sino que se siente en cada poro de la piel. La narrativa, cargada de visceralidad y honestidad, se mezcló con las texturas musicales creadas por un grupo de músicos excepcionales. Estos no se limitaron a acompañar, sino que construyeron un universo sonoro que potenció cada palabra pronunciada por Zo.

«La música es nuestro arte favorito, pero cuando se fusiona con otras artes, el resultado puede convertirse en una experiencia vital que trasciende los géneros.»

“Cuando algo se hace desde el corazón, con tanto mimo, y sabiendo lo que quieres expresar, el objetivo es claro: hacer sentir”, me comentaron Zo y Lachy hace unos días. Ayer no podía dejar de pensar en estas palabras mientras observaba al público absorto en cada movimiento y sonido. Y es que no hay artificios ni pretensiones en este proyecto, solo un deseo genuino de compartir algo único y auténtico.

La elección de la sala Villanos como escenario para su estreno en Madrid no pudo ser más acertada. Este espacio se ha convertido en un referente para aquellos artistas que buscan algo más que un simple lugar donde tocar. Villanos no solo abre sus puertas a nombres consolidados, sino que también tiene una misión clara: enriquecer la oferta cultural de la ciudad. Cada vez que cruzo sus puertas, siento que estoy entrando en un santuario para la creatividad y la experimentación. El concierto de anoche no fue la excepción.

La puesta en escena fue sencilla pero poderosa. Con una iluminación cálida que acompañaba cada cambio de ritmo, unos preciosos girasoles y un sonido impecable, el espectáculo logró crear una atmósfera íntima donde cada detalle cobraba sentido. Las transiciones entre los fragmentos narrativos y los pasajes musicales eran tan fluidas que el tiempo parecía detenerse. Cada pieza era una historia en sí misma, un viaje emocional que dejaba al público con ganas de más.

Zo, con sus letras cargadas de matices, supo transmitir cada palabra con una fuerza que calaba hondo. Por su parte, Lachy lideró a los músicos con una energía que contagiaba, logrando que cada instrumento se sintiera como una extensión de las emociones que ambos querían expresar. Juntos, crearon una experiencia que difícilmente se puede clasificar dentro de un solo género.

Anoche también se demostró algo fundamental: cuando las artes se unen, el resultado puede ser una experiencia transformadora. La música siempre ha sido nuestro arte favorito, pero cuando se combina con otras disciplinas, como la poesía, el impacto se multiplica.

Al final del concierto, los aplausos fueron bien merecidos. Zo, Lachy y los suyos se despidieron del escenario con una mezcla de humildad y gratitud, agradeciendo al público por haber sido parte de una noche tan especial. Imborrable ver las caras de y escuchar sus gritos de felicidad en backstages nada más terminar el bolo.

Eventos que te hacen recordar por qué la experimentación es fundamental en el arte. Zo Brinviyer y Lachy Torriente han creado algo que no solo destaca por su originalidad, sino también por su capacidad de conectar con el alma de quienes lo presencian. Estoy seguro de que este es solo el comienzo de un proyecto que tiene mucho por ofrecer. Si tienen la oportunidad de verlos en directo, no lo duden ni por un segundo. Anoche fuimos testigos de algo realmente especial, y estoy seguro de que no será la última vez que oigamos hablar de ellos.

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